Completa derrota de la flota española en Sicilia, que supuso el aislamiento del ejército expedicionario en Sicilia, lo que propició el paso a la defensic¡va del marqués de Lede por la falta de refuerzos y reemplazos logísticos, que sólo podían llegar por mar.

Ya dijimos en su momento que el 1 de agosto llegaron a Palermo noticias de que se había avistado una numerosa flota británica con rumbo de Levante a la altura del cabo Pulla de Cerdeña, lo que significa que Inglaterra movilizó y movió su flota antes de la firma del trata de la Cuádruple Alianza, que se firmaría el 2 de agosto. La presencia británica en aguas de Cerdeña aconsejó al conde de Montemar dejar el regimiento Borbón, recién llegado desde Cerdeña, en Palermo para patrullar las costas y las playas de los alrededores de la plaza.

La flota británica había parado en Nápoles, donde el virrey austriaco, el conde Daum, y la nobleza napolitana la había recibido con alivio, pues dudaban que los españoles no trataran de invadir el reino una vez tomada la isla de Sicilia. Allí embarcaron una fuerza de unos 3.000 soldados alemanes para transportarlos y desembarcarlos en Reggio, Calabria, al mando del general Wetzel.



La flota británica del almirante Byng anclada en la bahía de Nápoles el 1 de agosto de 1718. Pintado por Gaspar Butler. (Fuente: Wikipedia).

El 6 de agosto una tartana francesa llegó a Mesina diciendo que veinte días antes había encontrado en Cerdeña una flota británica de 32 navíos de guerra rumbo hacia Nápoles. Ese mismo días, el almirante Byng zarpó de Nápoles con su flota en dirección a Sicilia.

Al día siguiente, 7 de agosto, una faluca procedente de la isla de Lípari, situada a unos 55 kilómetros de la costa norte de Sicilia, en el archipiélago de las islas Eolias, informó que el día anterior la flota británica había arribado a su isla. Con estas alarmantes noticias, el marqués de Lede y los jefes de Marina fueron convocados a la casa de José Patiño quien, en calidad de Plenipotenciario del rey Felipe V, presidió una reunión para discutir la situación.

La mayoría de los marinos aconsejaron recibir a los británicos con las debidas cautelas y reservas de la guerra, aunque ésta no estuviese declarada. Propusieron evitar el encuentro y poner la flota española a salvo, sobre todo teniendo en cuenta que tan solo doce de los navíos españoles eran de guerra.

El jefe de escuadra George Camocke, irlandés de nacimiento y antiguo oficial de la Royal Navy, propuso dejar anclada la flota en la rada del Paraíso, donde se hallaba en aquel momento, donde podría ser apoyada por alguna batería de costa. Su argumento fue que el fuego de los españoles y las fuerte corrientes del estrecho de Mesina a la altura del Faro impedirían a los navíos británicos acercarse a los españoles. Pero José Patiño y el Comandante General de la Armada, don Antonio Castañeda, fueron de otra opinión; ya que las cartas enviadas por el cardenal Alberoni, primer ministro del rey Felipe V, no anunciaban amenaza alguna, manifestaron que la escuadra británica no vendría en actitud agresora, afirmando además que el rey de la Gran Bretaña no declararía la guerra contra España arriesgándose a perder las ventajas que le estaba proporcionando a su país el comercio con España.

El jefe de escuadra marqués de Mari fue quien más insistió en mantener la reserva ante la presencia británica en aquellas aguas, la importancia de conservar los buques y evitar ningún enfrentamiento contra fuerzas navales superiores. Finalmente, prevaleció la confianza dictada por Patiño y no se adoptó ninguna medida de defensa. Los marinos regresaron a sus buques y la flota zarpó hacia el sur de la isla, al parecer para refugiarse en Malta. Adoptaron una formación con 15 buques en línea, seguidos de 11 fragatas, las bombaradas y brulotes y siste galeras. Castañeta dejó dos fragatas en la torre del Faro para intercambiar mensajes: La Tolosa, al mando de don José Goycochea, y la Don Fernando el Chico, del capitán don Francisco Llano.



La batalla del cabo de Passaro. A: El Real. B: San Isidro y El Águila. C: La Sorpresa. D: Bastimentos que escaparon. E: San Felipe el Real, 1ª posición. EE: San Felipe El Real, 2ª posición. F: Almirante inglés. G: La Volante. H: San Luis. Y: San Juan. K: La Perla. L. San Juan el Chico. M: Príncipe de Asturias. N: La Rosa. O: San Fernando. P: Santa Isabel. Q: Armada inglesa. R: La Tolosa. S: San Fernando el Chico. T: Brulote que maltrató al San Felipe. (Fuente: Guzmán-Dávalos y Spínola, Jaime de, marqués de la Mina. Planos de la guerra de Cerdeña y Sicilia. Biblioteca Nacional de España. MSS 6408).

En aquellos días le llegaron al almirante Byng órdenes de su gobierno de tratar a los españoles como enemigos a pesar de no haber sido declarada la guerra entre España e Inglaterra. Una vez más, otro ejemplo de porqué ese país se merece el apelativo de la "pérfida Albión". El almirante Byng despachó una faluca con una carta dirigida al marqués de Lede, en la que el británico le solicitaba dos meses de suspensión de las hostilidades y cláusulas de amistad, aunque en ellas se leían veladas amenazas. El marqués, aconsejado por Patiño, contestó que tenía órdenes para hacer la guerra y no tenía facultades para conceder ningún armisticio. Tras esta carta no quedaban dudas de las intenciones del almirante, quien tras la respuesta del marqués no dudó en apoyar a los imperiales del reino de Nápoles y a los saboyanos de Sicilia en su lucha contra los españoles. Por su parte, ni el marqués de Lede ni Patiño hicieron nada para tomar a los británicos como enemigos, a pesar de ya estar enterados del transporte de tropas imperiales que habían realizado los buques británicos. Posteriormente, José Patiño afirmaría cínicamente que, si bien él ordenó zarpar de la torre del Faro a la flota española, una vez en el mar correspondía a su comandante tomar las medidas necesarias ”para su salvación”.

El 9 de agosto se avistó la flota británica en el cabo de la torre del Faro. Las dos fragatas españolas que allí estaban avisaron a su jefe y al día siguiente, en que los británicos anclaron en el lugar, levaron velas y se hicieron a la mar, siendo perseguidos por los británicos, quienes lo hicieron de forma descuidada, no reunidos, disimulando sus intenciones reales. Mientras tanto, la flota española mantenía su rumbo hacia el sur de la isla, quizás para dirigirse posteriormente a Malta.

El almirante Byng era puntualmente informado de la situación de la flota española por falucas napolitanas que salían de la costa de Calabria. A su paso frente a Mesina, los mercantes ingleses allí amarrados saludaron a la flota británica, y la ciudadela, en manos de los saboyanos, disparó unos noventa cañonazos a modo de saludo.

Las dos fragatas españolas dieron aviso con el cañón y señales a la flota española de la cercanía de los británicos. El jefe de Escuadra marqués de Mari pasó de su navío La Real al navío capitana, el San Felipe el Real, para entrevistarse con el comandante general don Antonio Castañeta y solicitar que salvara la escuadra española sin enfrentarse a los británicos; por su parte, el jefe de Escuadra de Galeras, don Francisco Grimau, envió al capitán de la galera La Soledad, don Donato Domas para conocer las intenciones de Castañeta. Pero éste esgrimió las cartas de Alberoni y el parecer de Patiño para no tomar ninguna prevención contra los ingleses.

Si bien durante la madrugada del 11 de agosto el tiempo fue bueno, con vientos suaves y mal calma, la flota española acabó dispersa y dividida en tres grupos. En este estado, la flota británica localizó a la española navegando descuidadamente hacia el cabo Passaro, situado en el extremo sureste inferior de la isla, llevando la ventaja del barlovento sobre los españoles.



Relación de navíos de la flota británica que combatió en la batalla del cabo Passaro. (Fuente: Guzmán-Dávalos y Spínola, Jaime de, marqués de la Mina. Planos de la guerra de Cerdeña y Sicilia. Biblioteca Nacional de España. MSS 6408).

Los diarios contemporáneos y fuentes posteriores de ambos bandos difieren en los detalles sobre el número de cañones, tripulaciones, horarios y navíos participantes. Con toda seguridad, la flota inglesa estaba formada por 22 navíos con 1.444 cañones y 10.900 marineros: 1 navío de 90 cañones, dos de 80 cañones, nueve de 70 cañones, siete de 60 cañones, dos de 50 cañones y uno de 44 cañones, además de seis barcos menores. Sin embargo, hay discrepancias sobre los barcos participantes; si bien parece ser que participaron los doce navíos, hay discrepancias sobre el número de fragatas, si bien no son significativas para el estudio y entendimiento de la batalla

Antes del amanecer, se oyeron los cañonazos de cuatro o seis navíos ingleses disparando contra la división que mandaba el marqués de Mari, a retaguardia de la flota española. Las fuentes españolas afirman que los británicos, dignos hijos de la ”pérfida Albión”, atacaron sin la preceptiva previa declaración de guerra. Ciertas fuentes británicas (Wikipedia en inglés) afirman que los españoles dispararon contra el navío inglés más cercano, lo que dio al almirante Byng iniciar su ataque. La fuerza atacante estaba al mando de George Walton, a bordo del Canterbury, con cinco navíos más, el Argyll entre ellos. La retaguardia española estaba formada por un navío, tres fragatas dos balandras y un brulote, escoltando a varios buques de transporte:

  • El navío La Real, de 62 cañones y 450 hombres de tripulación, al mando del marqués de Mari.
  • La fragata San Isidro, de 50 cañones y 350 hombres de tripulación, al mando de don Manuel Villavicencio.
  • La fragata El Tigre, de 50 cañones y 350 hombres de tripulación. Desconocemos el nombre de su capitán.
  • La fragata El Águila de Nantes, de 36 cañones y 300 hombres de tripulación, al mando de don Lucas Masnata.
  • Dos balandras de bombas.
  • Un brulote.
  • Las siete galeras.
  • Varios buques de transporte catalanes y vizcaínos.

El Argyll y el Canterbury dispararon dos y tres andanadas respectivamente contra El Real que, si bien respondió con el fuego de sus cañones, quedó bastante maltrecho por el fuego enemigo. Tras el ataque, el marqués de Mari se retiró hacia la costa, combatiendo con los ingleses. Al llegar a las playas de Siracusa, el El Real varó en tierra tras haber perdido todos los aparejos y jarcias, roto su velamen y con 90 hombres muertos y heridos. Si bien el marqués de Mari pudo bajar a tierra y salvar a su dotación y el equipaje, no pudo impedir que su navío fuese capturado y reflotado por los británicos. Las fragatas San Isidro y El Águila de Nantes encallaron en la arena y sus tripulantes lograron salvarse y quemar sus naves; la San Isidro acabó capturada por el enemigo, si bien la otra se consumió entre las llamas por completo. La fragata El Tigre, las balandras, el brulote y la mayoría de los buques de transportes de la retaguardia fueron apresados por los ingleses,.

La escuadra de Galeras trató de entrar en combate, pero viendo su inutilidad para resolver el resultado del combate y advirtiendo que el viento aumentaba, se retiró hacia Palermo.

Tras acabar con la retaguardia española, el almirante Byng concentró su escuadra para atacar el núcleo de la flota española, que iba al mando de Castañeta y continuaba su rumba en dirección al cabo Passaro. Pero antes, los británicos atacaron la fragata La Sorpresa, de 40 cañones y 350 hombres de tripulación, que se había separado del grueso de la flota. Su capitán era don Miguel de Sada quien, tras una heroica defensa y tener el barco ”hecho pedazos”, se vio obligado a rendirse.

El comandante general don Antonio Castañeta tenía junto a él seis navíos (San Felipe el Real, Príncipe de Asturias, San Fernando, Santa Rosa, Santa Isabel y La Perla) y cuatro fragatas (La Volante, JunoSan Juan el Chico y otra de nombre aún desconocido).

Viendo que se le echaba encima un enemigo del que no le constaba su enemistad, y viéndose culpable de credulidad, no lo dudó un instante y ordenó izar la señal para volver a formar la línea y de prepararse para el combate. Pero el esfuerzo fue inútil, porque el grueso de la flota española era inferior en número a la británica, los buques navegaban separados y el enemigo lo hacía reunido. Realmente lo que sucedió a continuación no fue una batalla naval, pues ninguna de las dos flotas desplegó una línea, ”no tubo formación, ni tuvo unión, ni regla en nada”. En realidad, la batalla fue un conjunto de numerosos combates particulares de barcos españoles atacados en masa por los navíos británicos.

Sobre las 10:00 horas se inicio el combate. Dos navíos enemigos de 70 cañones cada uno, el Oxford y el Grafton, se acercaron por la popa a la nave capitana de Castañeta, el navío San Felipe el Real, de 74 cañones y 550 hombres de tripulación. Uno de ellos se le arribó por la banda de estribor y le descargó una andanada, que fue respondida por el navío español, ”con tanto efecto que le hizo bracear en facha y quedarse lastimoso”, es decir, que tuvo que quedarse al pairo para poder recuperarse de los cañonazos españoles. El otro navío enemigo se acercó por barlovento y descargó su andanada, que fue respondida por el San Felipe el Real de la misma manera y con idénticos resultados sobre el navío inglés; pero el navío español perdió muchos hombres en el ataque, se le rompieron muchos cabos y le inutilizaron el palo de mesana.

Tras un breve respiro, el San Felipe el Real fue de nuevo atacado, esta vez por siete navíos enemigos: el Barfleur, del almirante Byng, con 90 cañones; el Dorsetshire, del vicealmirante Delaval, de 80 cañones; otros tres navíos de 70 cañones cada uno que los acompañaban ( el Kent y el Superb entre ellos), y los dos navíos que habían atacado previamente. Los siete navíos atacaron desde la popa, adelantando y cañoneando al navío español por ambas bordas hasta la proa, mientras el español respondía disparando andanada tras andanada, quedando el barco sin velas, desarbolado y sin obras muertas, mientras el comandante Castañeta dirigía la defensa de forma heroica. El navío del almirante Byng se acercó al San Felipe el Real y con una bocina le intimó a la rendición, con amenaza de enviar un brulote para quemar el navío. Pero Castañeta rehusó la rendición y disparó una andanada contra el brulote, al cual hundió, y obligó al almirante Byng a retirarse.



La nave capitana española, el San Felipe el Real, combatiendo con los navíos británicos Superb y Kent. Pintado por Peter Monaly. (Fuente: Wikipedia).

El combate contra la nave capitana española prosiguió todo el día; cerca del anochecer una bala de fusil hirió el tobillo de Castañeta y otra hirió a su capitán de Pabellón, don Pedro Despois. El navío tenía a todos sus oficiales y a 200 hombres muertos o heridos. A pesar de ello, el espíritu de resistencia seguía latiendo en sus corazones, y fueron capaces de rechazar un intento de abordaje que hicieron los británicos por ambas bordas.

La fragata El Volante, de 40 cañones y 300 hombres de tripulación, al mando de don Antonio Escudero, se acercó al navío español para atraer alguno de los buques enemigos que le atacaban. Y en efecto, los tres navíos ingleses de 70 cañones se dirigieron contra la fragata española (entre ellos el Montague y el Rupert), entablando un combate que duró cuatro horas y que finalizó con la rendición de la fragata cuando esta comenzó a hacer aguas y amenazar con hundirse.

El navío Príncipe de Asturias, de 72 cañones y 450 hombres de tripulación, estaba al mando del jefe de Escuadra don Fernando Chacón. Fue atacado por tres navíos enemigos, el Grafton, el Breda y el Captain; se defendió bravamente perdiendo toda la obra muerta del buque y resultado muertos o heridos la mayor parte de sus hombres, resultando herido el mismo Chacón. Pero el navío fue dañado en la línea de flotación, comenzó a hacer agua y Chacón se vio obligado a rendirse.

El navío San Fernando, de 60 cañones y 450 hombres de tripulación, estaba al mando del jefe de Escuadra don Jorge Camoche, irlandés de nacimiento. Se hallaba a barlovento de los enemigos, y viendo el desastre que estaba ocurriendo en la flota española y lo poco que su navío podía contribuir, no ya a una imposible victoria española, sino que ni siquiera socorrer ningún barco de su flota, decidió largar velas hacia la isla veneciana de Corfú, al parecer acompañado de una fragata.



La batalla del cabo Passaro. Pintado por Richard Patton. (Fuente: Wikipedia).

El navío Santa Rosa, de 64 cañones y 450 hombres de tripulación, al mando de don Antonio González, fue atacado por cinco navíos británicos, combatiendo con ellos varias horas antes de acabar rindiéndose.

El navío Santa Isabel, de 60 cañones y 450 tripulantes, al mando de don Andrés Regio, combatió hasta la noche. Pasó la noche sin gobierno, del mal estado en que se encontraba; al amanecer del día siguiente fue atacado de nuevo por tres navíos ingleses, que acabaron apresándole.

La fragata Juno, de 36 cañones y 300 tripulantes, al mando de don Pedro Moyano, se rindió al Essex después de tres horas de combate.

Ya anochecido, los navíos San Luis y San Juan, de 60 cañones y 450 hombres de tripulación cada uno, al mando de don Baltasar de Guevara y don Francisco Guerrero respectivamente, se acercaron en socorro de la nave capitana. Don Antonio Castañeta acababa de rendir su nave; que estaba tumbado en su cámara por la herida recibida en el tobillo y otras en la cara, con un marinero muerto su lado, comprendió lo inútil del intento y ordenó izar una señal para que ambos navíos se desviasen y no se le acercasen. Ambos navíos obedecieron, no sin antes descargar sus cañones sobre el navío del almirante Byng que era el más cercano. De esta manera ambos navíos lograron salvarse de la derrota sufrida por lo españoles. En su viraje hacia mar abierto socorrieron al navío La Perla, de 60 cañones y 450 hombres de tripulación, al mando de don Gabriel Alderete, que llevaba tiempo combatiendo contra tres navíos ingleses, y a la fragata San Juan el Chico, de 22 cañones y 150 hombres de tripulación, al mando de don Pedro Bataville, que estuvieron combatiendo todo el día con los ingleses hasta que llegó la noche, en que siguieron la estela de Guevara, consiguiendo salvarse los cuatro barcos de la derrota.

La derrota española fue completa. Algunos barcos españoles lograron huir a Malta, Corfú y a otros puertos sicilianos, pero en conjunto la flota española quedó desorganizada y con muchas bajas. Las cifras de bajas y pérdidas materiales varían según las fuentes, pero el resultado fue contundente: la flota española sufrió centenares de muertos y heridos, unos 2.600 prisioneros (entre ellos al propio comandante general de la flota, don Antonio Castañeta), la captura de seis navíos de línea, seis fragatas, un brulote y una balandra, y dos fragatas y una balandra quemados, además de la captura de numerosos buques de transporte. Se salvaron seis navíos, nueve fragatas y las siete galeras, lo que supone el 55% de la flota; pero la calidad de combate de estas naves era muy inferior a la de los navíos británicos. Pasado el tiempo, algunos de los navñios y fragatas lograron llegar a Cádiz para unirse al corso decretado por España contra Inglaterra tras la derrota de Passaro.



Relacion de bajas de la flota española. (Fuente: Guzmán-Dávalos y Spínola, Jaime de, marqués de la Mina. Planos de la guerra de Cerdeña y Sicilia. Biblioteca Nacional de España. MSS 6408).

En comparación, los británicos sufrieron daños menores: 500 muertos o heridos y numerosos daños en los aparejos de los navíos. Sólo el Grafton sufrió daños de gravedad, pues se había enfrentado a varios navíos españoles.

Tras reparar sus naves, el almirante Byng llevó su flota a Siracusa, donde las tropas saboyanas del conde de Maffey estaban bloqueadas por tropas españolas. De allí Byng llevó las naves españolas apresadas al puerto de Mahón; en el viaje la fragata San Felipe se incendió accidentalmente y explotó, matando a 50 prisioneros españoles y a 150 marineros británicos. Don Antonio Castañeta y sus oficiales fueron llevados a Augusta en una falucha, donde fueron liberados tras jurar que no tomar las armas contra los ejércitos imperiales durante cuatro meses. Poco después el resto de prisioneros españoles fueron liberados, a excepción de aquellos que los británicos necesitaron para poder llevar los barcos apresados hasta Mahón. Finalmente, la flota británica se refugió en Malta.

La derrota dejó aisladas las fuerzas españolas en Sicilia, sin apoyo naval efectivo, erosionó seriamente la capacidad naval española en el Mediterráneo y precipitó la intervención diplomático-militar de la Cuádruple Alianza contra España; si bien el primer ministro Alberoni no declaró la guerra a Inglaterra, retiró el embajador español en Londres y cuatro meses después la guerra de España contra la Cuádruple Alianza se generalizó en Europa (norte de España y Escocia) y en las posesiones españolas de América.

La reputación de la marina española sufrió un golpe durísimo, pero la derrota supuso un revulsivo, pues gracias a ella el gobierno español comenzó un programa de construcción de una nueva y moderna flota que permitió a España seguir contando como potencia en el mar. 62 años más tarde, el 9 de agosto de 1780, 27 navíos de guerra españoles al mando del almirante don Luis de Góngora, interceptaron dos convoyes británicos que se dirigían a la India y a América con dinero, armamento y equipo militar, capturando 55 buques británicos, provocando la caída de la Bolsa de Londres; fue el mayor desastre logístico de la historia de la Royal Navy, que impidió el refuerzo del ejército británico en América, propiciando la victoria e independencia de las Trece Colonias.

FUENTES: