Primera ofensiva de los españoles para hacerse con el control de Mesina.

La ciudad de Mesina tenía tres fuertes exteriores situados en sendas colinas desde las que se dominaba la ciudad y a una distancia de entre dos y tres kilómetros de la plaza. Eran los castillos de Castelazo, Gonzaga y Matagrifón. El marqués de Lede ordenó su toma como primera medida para hacerse con el control total de la plaza mientras coemnzaba el asedio de la ciudadela.



Situación de los fuertes exteriores de Castelazo, Gonzaga y Matagrifón. (Fuente: Elaboración propia en un mapa de Google Maps).

El castillo de Castelazo (actualmente las ruinas de Castellacio) estába situado a unos escasos dos kilómetros del centro de la ciudad, en una de las alturas que dominan la ciudad. Tenía una guarnición de 80 soldados al mando de un capitán y varios subalternos. Al anochecer del 27 de julio el regimiento de Irlanda, al mando del brigadier Reinaldo McDonnell, se dirigió al castillo con la misión de realizar una mina para derruir una de sus cortinas y practicar una brecha por la cual asaltar la fortaleza. Los defensores del castillo los descubrieron por el ruido que hacían de noche y comenzaron a disparar incesantes descargas de fusilería y fuego de dos cañones de hierro, al tiempo que trataban de descubrir la situación exacta de sus atacantes con fuegos artificiales. A pesar del fuego recibido, los trabajos de la mina no se interrumpieron y a las 14:00 horas del 28 de julio la mina estaba acabada y cargada con 20 barriles de pólvora. El brigadier McDonnell intimó la rendición del castillo, cuyo capitán envió a uno de sus oficiales a reconocer la mina. Cerciorado de la inutilidad de la resistencia, el capitán se rindió y su fuerza, prisionera, abandonó el castillo esa misma tarde, siendo reemplazados por los españoles. En cuanto el castillo de Gonzaga se cercioró de la pérdida de Castelazo, dirigió el fuego de sus cañones contra él, que fue respondido por los españoles, sin que ninguna de ambas partes realizase daños en ambas fortalezas.

La misma noche del 27 de julio el regimiento de Castilla, al mando del teniente coronel don Juan Bautista Mezano, se dirigió hacia el castillo de Matagrifón para construir dos baterías de cuatro y tres cañones respectivamente frente a la fortaleza. El castillo tenía un recinto pequeño y una guarnición de 120 soldados al mando de un capitán y varios subalternos; actualmente está derruido y en su lugar se ha edificado un templo dedicado a Cristo Rey. Al día siguiente los piamonteses descubrieron los trabajos de los españoles y comenzaron a disparar con fusilería y cañón, sin que por ello los españoles abandonaran el trabajo. En las inmediaciones del castillo había cuatro conventos de clausura (San Pablo, Santa María del Alto, San Gregorio y Santa Bárbara), cuyas mojas se negaron a abandonar y prefirieron arrostrar en su interior los peligros de la guerra.

Los disparos de los defensores continuaron durante todo el día 29 de julio, que eran contestados por los españoles con tan solo fuego de fusil. Al amanecer del 30 de julio la batería de tres cañones, emplazada frente al baluarte de Andria, estaba finalizada y comenzó a disparar, logrando con su fuego desmontar uno de los cañones de la defensa. Los piamonteses lo repararon y volvieron a emplazar, pero los cañones españoles continuaron el fuego hasta conseguir desmontar toda la artillería del castillo. Llegada la noche, cuatro compañías de granaderos y seis piquetes se acercaron a la falda del castillo frente al baluarte de Andria para proteger los trabajos de excavación de una mina. Descubiertos por los defensores, éstos pasaron toda la noche en vela iluminando el lugar con fuegos artificiales y disparando sin cesar contra los trabajos de mina. Pero los minadores trabajaban protegidos por blindajes y sacos de arena y continuaron su tarea, que fue interrumpido al toparse con los conductos de agua de la ciudad, por lo que tuvieron que modificar el itinerario de acceso a la muralla.

El 31 de julio, domingo, amaneció sin que la mina estuviera acabada; sin embargo, esa mañana finalizaron los trabajos de la segunda batería de cuatro cañones, emplazada en el llano de las Carretas, frente al castillo, y comenzó a batir el castillo sin piedad. A resultas de este cañoneo el gobernador del castillo, su teniente y numerosos soldados fueron heridos, siendo muertos bastantes de los defensores, por lo que el gobernador decidió capitular y rendirse. Tan solo salieron 84 defensores a pie, quedando el resto heridos o muertos en su interior. Acto seguido las tropas españolas entraron el castillo para hacerse cargo de él.

El castillo de Gonzaga estaba defendido por una guarnición de 100 soldados al mando de un capitán y sus subalternos. Contaba con numerosos víveres y munición, así como varios cañones en las troneras de las murallas. Su posición elevada, sobre una colina de difícil acceso, hacía a los españoles dudar sobre cómo emplazar su artillería, por lo que prefirieron recurrir a la mina. El ataque al castillo comenzó al anochecer del 28 de julio, cuando una fuerza de unos mil soldados españoles al mando del conde de Roideville se desplegó bajo la fortaleza para rodearla y atacarla con fuego de fusil, con objeto de proteger los trabajos de construcción de la mina y ocultar el lugar de ataque de ésta. Pero el terreno en el que trabajaban los minadores presentaba piedra dura o agua en unas zonas, y pizarras y tufas blandas en otras, y no fue hasta el 1 de agosto que por fin se encontró una zona de terreno consistente y a propósito para excavar la mina. Los trabajos de excavación continuaron, así como el intercambio de disparos entre españoles y piamonteses. De repente, de forma inesperada, al anochecer del 3 de agosto los defensores solicitaron capitular. Los españoles rechazaron las condiciones pedidas, de forma que a las 02:00 horas de la madrugada del 4 de agosto los defensores del castillo se rindieron sin condiciones y salieron del castillo para ser apresados, siendo inmediatamente ocupada la fortaleza por una compañía de granaderos del regimiento de Castilla.

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