Toma de la capital de Sicilia, ante el regocijo y alegría de sus habitantes por la llegada de nuevo de los españoles a la isla.
El 19 de junio ”comenzó la navegación”, zarpando la flota desde el puerto de Barcelona a las 11:00 horas con ”viento en popa” y sin que nadie conociese el destino, pues hasta tal extremo se había logrado el secreto. Días antes se había entregado a los capitanes de todos los buques ”un pliego cerrado” con orden de no ser abierto sino en caso de separación del convoy; en él se fijaba el destino de la flota: el cabo Pulla de la isla de Cerdeña, en el golfo de Caller. El pliego estaba escrito en los cuatro idiomas que se hablaban en aquel ejército expedicionario: español, francés, inglés e italiano. Los oficiales hacían conjeturas sobre el destino de aquel ejército, presumiendo que se unirían a una flota francesa para desembarcar en Italia y reconquistar el reino de Nápoles o el Estado de Milán a los austriacos.
El 25 de junio la flota llegó al cabo de Pulla tras una feliz y tranquila navegación sin que ningún buque se hubiera separado. Al día siguiente se hizo aguada y se embarcaron dos batallones de los regimientos de Milán e Irlanda, que estaban de guarnición en la isla, y el teniente general don José Armendáriz. Se recogieron a todos los capitanes de barco los pliegos repartidos antes de zarpar de Barcelona; se les informó que Sicilia era el destino de la expedición, se les informó de palabra de que en caso de separación se dirigieran a la isla de Lipari, al norte de Sicilia, y se les entregaron nuevos pliegos, con la orden de no abrirlos sino en caso de hundimiento de la nave capitana, pues contenían instrucciones sobre cómo hacer el desembarco.
La flota se hizo a la mar el 27 de junio. El 30 de junio la flota avistó a lo lejos la costa de Sicilia, hacia la que navegaron durante todo el día, de forma que al anochecer quedaron a ocho leguas de la ciudad de Palermo. En aquel momento se desencadenó un temporal que hizo peligrar la nave capitana; se separaron algunos buques y otros casi chocaron entre sí; el vaivén de las naves casi provocó un incendio. El viento comenzó a amainar a medianoche, y el amanecer del 1 de julio llegó con la noticia de que el convoy había perdido tan solo tres buques de transporte que se habían alejado.
La flota expedicionaria navegó frente a la ciudad de Palermo en dirección Levante en busca de un lugar donde desembarcar. Los habitantes de la ciudad y sus alrededores observaban curiosos la enorme flota que se les aproximaba con sentimientos encontrados. Unos, que tenían el recuerdo del gobierno de España de en la isla mediante los reyes de Aragón y de la Casa de Austria desde hacía varios siglos, tenían la esperanza de que aquel ejército les librara del yugo piamontés que les gobernaba hacía pocos años y que les devolviera sus antiguas libertades que respetaban los reyes españoles; otros, partidarios del duque de Saboya y de su política centralizadora, deseaban que fracasara el desembarco de aquel ejército.
El virrey de la isla era el conde Mafey. Días antes había recibido una carta del cardenal Alberoni en la que, al parecer, se daban seguridades al virrey. El caso es que el conde Mafey se desentendió de la amenaza que se cernía sobre la ciudad.
A las 15:00 horas del 1 de julio la flota ancló en la cala de Solanto, a unos 25 kilómetros al este de Palermo. Acto seguido comenzó el desembarco de la fuerza aprovechando la sorpresa y la ausencia de oposición, de forma que al anochecer ya había tropas españolas ocupando las alturas circundantes. Al finalizar el 2 de julio había desembarcado toda la Infantería y la Caballería, mientras un nutrido grupo de paisanos se acercaba al campamento español para darles la bienvenida y suministrarles víveres.
El 3 de julio apareció en el campo español el ayudante del virrey, conde de Rufoli, para preguntar si el ejército español venía a la isla en calidad de amigo o enemigo; se le contestó que pronto lo sabría. Mientras tanto, desembarcado y acampado todo el ejército, se dictó un bando decretando pena de muerte para el soldado que abandonase sus banderas y para aquel que ”robase nada en los campos o en las casas”, prevención que hizo el marqués de Lede para evitar las iras de los paisanos y hacerlos contrarios al ejército español. Ese mismo día el marqués se declaró virrey de Sicilia en nombre del rey Felipe V y ordenó la marcha del ejército hacia Palermo.
Mientras salían las tropas desembarcadas, en el primer campamento quedó una fuerza de 100 dragones al mando de un teniente general (no se dice quién) para cubrir el resto de los desembarcos. La columna avanzó unos ocho kilómetros hasta la ”torre del Agua de Corsarios”, a unos dieciséis kilómetros de Palermo, donde el cuartel maestre general eligió un lugar para levantar un nuevo campamento gracias a la abundancia de agua del lugar. Al poco de llegar las tropas, el lugar se llenó de numerosos paisanos, damas y caballeros notables de la ciudad y sus alrededores, de diputados del Senado de Palermo para dar la bienvenida al marqués de Lede, rendir obediencia al rey de España, Felipe V, ofrecer las llaves de la ciudad y pedir la continuación de sus privilegios, como siempre había hecho la corona española en la isla, todo lo cual fue aceptado y concedido por el marqués en nombre del rey.
Desgraciadamente, el marqués de Lede no imprimió prisa en dirección a Palermo a sus tropas de Infantería desembarcadas el primer día, que pudo muy bien reforzar con Caballería el segundo día, de forma que el virrey saboyano, el conde de Mafey, pudo huir de Palermo.
El 4 de julio el ejército español se dirigió hacia Palermo para situarse al sur de la ciudad, a la parte contraria de Malaespina, situada al norte de la ciudad. La marcha se realizó entre los aplausos y aclamaciones de los paisanos, que recibían a los españoles como salvadores y algunos de los cuales se unían a la marcha de los soldados. Esa misma tarde, las tropas españolas entraron en la ciudad y se dirigieron al puerto para tomarlo: seis compañías de granaderos entraron en Palermo para tomar las avenidas que se dirigían al castillo de Castelamar, única fortaleza de la ciudad y guarnecido por 900 soldados piamonteses del Regimiento de la Marina y que protegía la entrada del puerto por el sur, mientras otras tropas se apoderaron del fuerte del Muelle y la linterna del extremo del rompeolas, que se hallaron abandonados y se encontraban en el otro extremo del castillo. En el puerto los españoles se apoderaron de un navío de guerra con sus 64 cañones acabado de construir. También ese día, la flota española zarpó de la cala de Solanto y fondeó en la bahía de Palermo. Menos el castillo de Castelamar, la ciudad de Palermo y sus alrededores quedaron en manos de los españoles.
El castillo de Castelamar estaba bajo el mando interino del caballero Merelti Turines, capitán del granaderos del Regimiento de Saboya, graduado de teniente coronel, en ausencia del titular, el conde Campion. A este oficial se le intimó la rendición del castillo, a lo que contestó gallardamente que no lo haría, y a modo de confirmación de su actitud, el 5 de julio inició la construcción de una media luna para cubrir la avenida de San Pedro, una de las que se dirigían al castillo desde la ciudad. Al percatarse de ello, el marqués de Lede envió una columna de 200 soldados al mando de un teniente coronel para hostigar los trabajos por el fuego al abrigo de unas paredes cercanas, logrando que los piamonteses abandonaran el trabajo.
El 6 de julio dio comienzo el desembarco de la ”artillería, morteros y municiones”. Fue un día alegre y festivo porque se hizo en la catedral la ceremonia de juramento del marqués de Lede como virrey de Sicilia, con gran lucimiento del del desfile hasta la iglesia del séquito militar del marqués y de los coches de los miembros del Senado y la nobleza local, así como engalanamiento de las calles de la ciudad, todo ello entre las continuas aclamaciones de los habitantes.
Durante la madrugada del 8 de julio se abrió una pequeña paralela frente al baluarte de San Pedro del castillo de Castelamar, que es el que mira a la ciudad, para cubrir el emplazamiento de una batería de trece cañones y una segunda de cuatro morteros. El desembarco y emplazamiento de las piezas de artillería finalizaron durante la mañana del 13 de julio, dando comienzo inmediatamente el cañoneo contra el baluarte. Tras seis horas de fuego, el gobernador del castillo tocó llamada y se rindió. El 14 de julio la guarnición salió del castillo y se embarcó hacia España, excepto aquellos soldados que decidieron integrarse en el ejército español, tras lo cual una tropa española se hizo cargo de la fortaleza.
El teniente general Carrillo de Albornoz, conde de Montemar, fue nombrado gobernador de Palermo, teniendo al mariscal de campo marqués Dubus y al brigadier don Luis Aponte como subalternos.
FUENTES:
Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios a la guerra de España, e historia de su rey Phelipe V, el Animoso, Tomo II. Biblioteca Nacional de España. 456 páginas, 31,6 MB.
Guzmán-Dávalos y Spínola, Jaime de, marqués de la Mina. Planos de la guerra de Cerdeña y Sicilia. Biblioteca Nacional de España. MSS 6408. 80 páginas, 17,2 MB.
Guzmán-Dávalos y Spínola, Jaime de, marqués de la Mina. Expedición de Cerdeña y Sicilia. Biblioteca Nacional de España. MSS 10524. 846 páginas, 122,9 MB.