AHN. TS-R. Expediente 50.3. Folios 511 al 517.

Al margen: Declaración del testigo comandante D. Juan Almeida Vizcarrondo.

Al centro: En Melilla, a 3 de septiembre de 1921, ante el señor general de División, juez instructor, y el infrascrito secretario, compareció el testigo anotado al margen, a quien se advirtió la obligación que tiene de decir verdad y las penas en que incurre el reo de falso testimonio, enterado de las cuales, prestó juramento según su clase y fué:

PREGUNTADO por las generales de la ley, dijo llamarse D. Juan Almeida Vizcarrondo, ser comandante de Infantería, con destino en la Brigada Disciplinaria, mayor de edad y de estado civil casado.

PREGUNTADO por el tiempo que pertenece al Cuerpo, cargo que en el mismo ejercía y tiempo de residencia en Nador, dijo que pertenece a la Brigada hace un año y dos meses aproximadamente, desempeñando desde su ingreso el cargo de comandante mayor, y que residía en Nador desde hacía once meses.

PREGUNTADO si advirtiera síntomas o hubiesen llegado a su conocimiento noticias que denunciasen anormalidad de la situación del territorio o actitud recelosa de los naturales, dijo que se hallaba interinamente encargado de la Comandancia militar de Nador por ausencia del teniente coronel, que estaba autorizado para residir en Melilla, según ha oído decir, porque el Comandante general concedió permiso para residir en plaza a todos los jefes que tuviesen familia o hijos en educación. Al ocurrir lo de Abarrán, recibió el testigo un telegrama de la Comandancia mandándole redoblar la vigilancia y desconfiar de los moros que se presentaran vestidos de Regulares o Policías. En su virtud, redobló el servicio de vigilancia nocturna por medio de patrullas, así como las guarniciones de los fortines, si bien tuvo que limitar mucho este esfuerzo, porque sólo disponía de unos 40 hombres de Ceriñola y otros tantos de la Brigada y agregados para desempeñar destinos de escribientes, ordenanzas, etc. 

El día 21 de julio, por conversaciones particulares, llegó a su noticia que reinaba alguna intranquilidad en el campo, y hasta por el moro proveedor de la carne al Cuerpo se le hizo determinada pregunta que le puso en sospecha, que por entonces no podía explicarse. El 22 corrieron rumores de que había muerto el Comandante general, y en la noche de este día unos paisanos le dijeron, yendo a buscarle, de que tenían noticia de que varios moros alardeaban en sus conversaciones de que el día 24 tomarían café en Nador y Melilla. De esta novedad dió el testigo conocimiento al oficial de la Policía, así como también de que un moro adicto le había dicho que era conveniente desarmar la Policía y las cabilas. Por lo demás, reinó tranquilidad en la noche del 22.

El teniente coronel, que iba todos los días al despacho del Cuerpo, se presentó el 23 por la mañana como de costumbre, sin que adoptara providencia alguna, porque decían de la Comandancia general que pusiesen de su parte cuanto pudieran para no alarmar al poblado. Repetidas veces pidieron medios de transporte para evacuar más de un centenar de enfermos que había en el hospital y la población civil, contestándoles la Comandancia que no había lugar a ello porque iban a llegar fuerzas, que se tenían tres máquinas a presión para enviarlas y que lo necesario era no alarmar al poblado. A pesar de esto, la población civil así de Nador como de Zeluán y de otros puntos, comenzó a evacuar hacia Melilla, valiéndose de carros y cuantos medios tenían a su alcance, incluso el último tren, que salió a las 6,15 de la tarde. Quedaron, sin embargo, allá los enfermos y la mayor parte de la población civil, hasta que el 24 por la mañana, viendo que no llegaban fuerzas y se aproximaban los moros, dispuso el teniente coronel se evacuaran los enfermos por carretera, así como la población civil por los medios de que pudieran disponer, quedando en el poblado únicamente los militares y algunos paisanos, así como también la fuerza útil que pasaba del interior; venía ésta en dispersión de las posiciones avanzadas y se procuraba contener a los que estaban en disposición de prestar servicio, si bien apenas formado un grupo, se evadieron siguiendo para la plaza en su mayor parte. 

Estas fuerzas no tenían armamento, recordando que pasó una batería sin más que los sirvientes montados en los mulos; un grupo de Intendencia pasó con sus cargas, procedente de Segangan. Pasaban carros con paisanos, camiones militares, en uno de los cuales iba el coronel del regimiento de África, que dijeron al teniente coronel que iba enfermo.

El 24 por la mañana llegó a Nador un tren de Melilla con viajeros, al que se advirtió la imposibilidad de continuar a Segangan, por estar cortada la comunicación con dicho poblado y haber regresado la fuerza de Intendencia que se encontraba en el mismo. En su vista, regresó el tren a Melilla. Como en Nador no había fuerza para fortificar las Tetas y el reducto de la Policía, situado a la izquierda de la carretera, a la salida con dirección a Segangan, el teniente coronel, según cree, de acuerdo con el capitán de la Policía, ordenó que se refugiara la fuerza en la fábrica de harinas y se hiciese fuerte en ella, llevando las municiones que había en el almacén, en parte, no pudiendo llevarse todas, así como municiones de boca, porque empezó el fuego del enemigo como a las nueve menos cuarto de la mañana. El enemigo estaba constituido por gente del poblado indígena.

PREGUNTADO si por el teniente coronel se hizo algún apercibimiento para al evacuación total del poblado o se llevaron a cabo más medidas de destrucción, dijo que lo ignora, pero cree que no, debido a las instrucciones que estaba recibiendo de la Comandancia de que tranquilizara el poblado. Al entrar en la fábrica de harinas y no pudiendo transportar, por el fuego del enemigo, las municiones y armamento que quedaban en el almacén, ordenó el comandante de armamento quemar el barracón donde se encontraban, sin que en pueblo le conste que se mandaran hacer destrucciones.

PREGUNTADO por los funcionarios civiles que se encontraban en el pueblo en el momento de los sucesos, dijo que sólo recuerda haber visto al jefe de Telégrafos señor Mingot, que quedó en la fábrica, y el administrador de Correos señor Iglesias, que, según sus noticias, tuvo necesidad de hacer hacer uso de una lancha de su propiedad para regresar por Mar Chica, por no poderlo hacer por la carretera.

PREGUNTADO por la defensa de la fábrica y órdenes que en el curso de ella se recibieran de la Comandancia general y si asistieron a la defensa todos los oficiales que por razón de sus cargos debieran estar en la plana mayor de la brigada, dijo que faltaban los capitanes don Ignacio Estruch y D. Esteban González, que estaban en la plaza, enfermo el primero y el segundo con permiso, perteneciendo a las compañías Azowri y Mechayat, respectivamente. Estos capitanes, al tener noticia de los sucesos ocurridos, el 22 marcharon a incorporarse a sus destinos, no pudiendo efectuarlo, según dijeron, por encontrar la comunicación interceptada, regresando a la plaza en el tren de la tarde, y, según manifestaron, no quedándose en Nador por no creer estuviesen allí el jefe y los oficiales. El 24, en el tren de la mañana, volvieron a Nador, no incorporándose tampoco, según dijeron, porque les habían manifestado que la fuerza había regresado a Melilla, por lo que ellos también volvieron a la plaza. Tampoco estaba el teniente D. Julián candón, que, como juez del Cuerpo, residía en la plaza, y el teniente D. Luis Molina, sin que pueda manifestar por qué motivo. El capellán estaba en la plaza y no tenía médico el Cuerpo por no haberse incorporado. 

Entrados en la fábrica, distribuyó el jefe la fuerza en tres grupos, dando el mando de uno de ellos, que ocupaba uno de los pisos, al comandante D. Wenceslao Sahún; el otro grupo de otro piso a uno de los capitanes, y el de la planta baja al declarante. En esta disposición, y siendo tiroteados por el enemigo constantemente, permanecieron diez días sosteniéndose con harina de cebada sin cribar, trigo tostado y ajos asados y agua salobre la mayor parte del tiempo. Ignora o no recuerda las órdenes que recibiera el jefe del Alto Comisario, pero sí puede puntualizar se recibieron dos o tres telefonemas, unos de felicitación, otros de aguardar dos días y otro de resistir seis o siete días, que tardarían en llegar socorros. También telegrafiaron que irían moros con víveres, y que a una señal convenida se les dejase entrar; pero el teniente coronel cree que contestó que era expuesto por la dificultad de conocerlos de noche y el peligro que diesen un asalto a la posición.

Formaban las fuerzas que defendían la fábrica, entre guardias civiles, Ceriñola, Brigada, Regulares de varios Cuerpos y paisanos, unas 150 personas próximamente. En la defensa tuvieron nueve muertos, y entre heridos y contusos, unos 50. A los dos o tres días de estar en la fábrica se presentó el enemigo con bandera blanca, aconsejándoles la rendición, que no fue aceptada. Después reiteraron la invitación con igual resultado negativo, y por último, el día 2 de agosto, que volvieron otra vez a intimar la rendición, se aceptó. Dicho día, viendo que no podían resistir por más tiempo, pues el olor era insoportable por la descomposición de los cadáveres y estar convertida la fábrica en letrina y haber sido cañoneados por el enemigo días antes, habiendo hecho diez impactos de artillería en la fachada del edificio, con una pieza que, según referencias de los moros, procedía de Ihajen; reunió el teniente coronel a todos los oficiales para ver si procedía o no la rendición y si su honor militar quedaba a la altura debida. Estando en esta conferencia se recibió del enemigo un recado para que hiciese el favor de ir a hablar con el jefe de la harka el comandante que declara.

Autorizado por el jefe, marchó a avistarse con el moro jefe, que era el Mizian, el cual le hizo presente la conveniencia de que capitularan, pues no quería derramamiento de sangre inútil, diciéndole que tenía, como podía ver, más de tres mil moros armados y cuatro piezas de artillería, que estaba dispuesto a hacer funcionar en su presencia. Que si antes de las dos de la tarde no capitulaban, cañonearía la fábrica y no daría cuartel. Que el que declara procuró ver si podía sacar libres de la capitulación algunos fusiles, y en vista de que no podía, le propuso el que permitiese salir a los oficiales con sus pistolas y acompañados por seis u ocho moros sin armamento, a lo que accedió el enemigo. Comunicado este trato al teniente coronel y oficiales que en la fábrica había, procedió a votación, siendo aceptada por unanimidad. 

La evacuación se efectuó en la forma pactada, dirigiéndose la fuerza al Atalayón, llevando sus enfermos y heridos, pero no los cadáveres, por haber sido quemados y estar candentes sus cenizas. El enemigo cogió unos 150 fusiles, la mayor parte inutilizados, rompiendo el punzón, quitando puntos de mira, cerrojos, etc., y unos 3.000 cartuchos.

PREGUNTADO si era ineludible la capitulación, si se apuraron todos los medios racionales de defensa y el partido adoptado correspondía verdaderamente a la situación y era el más digno para el honor de las Armas, y si la defensa fue llevada al extremo que imponían juntamente las órdenes del General en jefe y los artículos 20 y 21 de las Órdenes generales para oficiales, dijo que careciendo de harina de cebada, único alimento que hasta el día anterior habían tenido, viendo a la guarnición extenuada por falta de alimento y de descanso; perdida la moral, pues, fuera parte de la Guardia civil, los Regulares y guarnición del poblado, el resto era gente advenediza recogida en la fuga de las posiciones del interior, no era posible a su juicio hacer mayor defensa, atendido a la falta de condiciones de la casa donde se albergaban y al fuego de artillería del enemigo; por tanto, considera cumplidas así las Órdenes generales para oficiales, como las particulares para el caso y salvado el honor de las Armas.

PREGUNTADO por los hechos relevantes que realizara la fuerza a sus órdenes, dijo que el soldado Ismael Muñoz, de la Brigada, con gran altruismo y valor se echó a la Mar Chica bajo el fuego enemigo para traer un despacho a la plaza. El de un oficial moro de Regulares, Mohamed-Hasen, que no abandonó un momento una de las ventanas de la planta baja, haciendo fuego y alentando a la tropa que tenía al lado. El guardia civil Almarcha, que, cuando mayor era el fuego enemigo, salió solo a despejar de enemigo una fachada que carecía de defensa y por la que eran atacados por bombas de mano, habiendo puesto ya un cartucho de dinamita, por cuya brecha salió de noche el nombrado guardia, que mató a dos o tres moros, haciendo varios disparos, regresando ileso. El cabo de Ingenieros, procedente del Parque de Nador, que resultó herido y dió constantes muestras de entusiasmo y valor. De las demás plantas del edificio no sabe lo que ocurría por no estar bajo su mando.

PREGUNTADO si tuvo conocimiento de algún hecho reprensible ocurrido durante la defensa en la fuerza que había bajo su mando, dijo que no, que la fuerza que él mandaba se portó bien, con gran disciplina en el fuego.

PREGUNTADO si tiene algo más que mandar, dijo que otra de las causas que contribuyeron a la capitulación fue que los heridos no tenían asistencia, muriéndose alguno que lo estaba de pierna por el abandono en que estaban, que les producía infección de las heridas. Que en la noche del 23 se estableció un puesto de avanzadilla, al mando del comandante sahún, en las Tetas, y se aumentó el servicio con un sargento y veinte hombres en cada uno de los fortines guarnecidos al mando de un oficial; un sargento y otros veinte hombres en un fortín inhabitado y que domina el baranco del Tiro, así como también en la casa del peón caminero. La Guardia civil ocupó la iglesia. Estas fuerzas fueron retiradas para entrar en la fábrica al toque de retirada, que se dió a las ocho de la mañana.

En tal estado, el señor general instructor acordó dar por terminada esta declaración, que leyó el testigo por sí mismo, debiendo rectificar que la manifestación de que un moro adicto le había dicho que era conveniente desarmar a la Policía, no la recibió directamente del testigo, sino por medio de otra persona, y que por lo demás de afirma y ratifica en el contenido de toda su declaración, en descargo del juramento prestado, firmándola con el señor general, de todo lo cual certifico.-

Juan Almeida. (Rubricado.)
Juan Picasso. (Rubricado.)
Juan Martínez de la Vega. (Rubricado.)