AHN. TS-R. Expediente 50.3. Folios 502 al 506.

Al margen:Segunda declaración del testigo, capitán don Gerardo González Longoria.

Al centro: En Melilla, a dos de septiembre de mil novecientos veintiuno, ante el Señor General, Juez Instructor, el Secretario autorizante, comapreció el testigo que al margen se anota, capitán don Gerardo González Longoria, de la Policía Indígena, para reanudar su declaración anterior, habiéndosele advertido de la obligación que tiene de decir verdad y de las penas señaladas al reo de falso testimonio, enterado de las cuales y después de prestar juramento según su clase, se le dió lectura de su primera declaración, que figura a los folios cuatrocientos noventa y uno y siguientes de esta información.

PREGUNTADO si se afirma y ratifica en su contenido o si tiene que rectificar algo de ella, dijo que se afirma en la misma, sin tener que rectificar nada de ella.

PREGUNTADO qué más sucesos le ocurrieran durante su estancia en el Quebdani, dijo que al llegar a la posición de Quebdani, hasta donde le acompañaron los jefes del Mauro, número de diez y de los cuales se había encontrado cerca del Tuguntz, tuvo la referida entrevista con el coronel jefe de la circunscripción, al que manifestó que le habían dicho los moros que le acompañaban que ellos consideraban siempre su palabra comprometida con el Gobierno, pero que necesitaban que éste les protegiera para poderse defender contra Beni-Ulisch y Beni-Urriaguel, que estaban sublevadas, por no ser para esto suficiente la fuerza que guarnecía las distintas posiciones de la kábila, dada su gran confusión, el terreno abrupto, la dificultad de algunas aguadas y el número de fusiles de que disponían los moros. A todo lo expuesto le manifestó el coronel que el plan de rectificación de posiciones lo consideraba demasiado amplio para poderse realizar en aquellas circunstancias, en vista de lo cual y próximanente a la ocho de la noche, emprendió el testigo la marcha hacia Yast-el-Baas, cabecera de la once mía, llegando a las nueve y media de la noche.

Desde allí puso un despacho cifrado al Comandante General, en Dar Drius, pues ignoraba su muerte y suponía se encontraba en dicho sitio. El despacho lo cifró el teniente Moral a presencia del médico Ventosa y teniente Martín baños. En el despacho decía, próximamente: "considera desesperada situación kábila caso de no enviar refuerzos." Al poco rato recibió un telegrama del jede de la posición de Tugunt, en que le decía se acababa de presentar un moro, manifestando que el declarante ordenaba se le entregara la posición, a lo que respondió que prendiesen al moro, y por la Policía fuese (ilegible), lo que no pudo hacerse, porque contactó Tugunt, que el moro era Kadur-Naamar y que ya se había marchado. Poco después se enteró de que la Policía había abandonado la avanzadilla del Tugunt y que ésta era atacado por el enemigo. Conferenció después por teléfono con el comandante Villar, que estaba en Dar Drius, y con la Sección de campaña, que se encontraba en el mismo campamento, ratificándose en el despacho cifrado y dándole cuenta de su temor del futuro levantamiento de la kábila, si no se enviaban refuerzos o se rectificaba la línea de posiciones, constatándosele que no contase con refuerzo alguno.

Pasaron la noche en el campamento todos los oficiales, vigilando a los veinticinco policías que tenían, por su actitud dudosa. En las primeras horas de la mañana siguiente se puso en comunicación con dar Drius, donde ya sabía que estaba el general Navarro, a quien comunicó que la posición de Axdir-Asus había sido ocupada por el enemigo, como asimismo que continuaba atacando al Tugunt. Desde el Quebdani comunicaron telefónicamente, de parte del coronel Araujo, que estaban allí los jefes de la Kábila, Kadur-Naamar, Mohan-Amarussen y Hamet-Ashut, los cuales deseaban fuese el testigo allí para hablar con ellos, a lo que contestó que viniesen ellos a la cabecera, como habían venido siempre, pues tenía citados en ella a los jefes del Mauro, para celebrar todos una junta; contestaron que irían por la tarde, lo que no efectuaron, pues a la junta, que se celebró entre una y media y dos de la tarde, a presencia de los tenientes Moral y Martín Baños, de la mía, solo asistieron los jefes del Mauro Laroy, Mohamed Kaddar-Usalas, Haddu-el-Hedí y Mehdí. Le hicieron éstos protestas de amistad y al preguntarles si retiradas las posiciones en aquel momento a una línea de retaguardia pasaría algo, contestaron que si tal hicieran, hasta las mujeres quitarían los fusiles a nuestros soldados, siendo ellos impotentes para impedirlo, porque la kábila había visto la falta de fuerzas des los españoles y su propósito de marcharse.

Ha olvidado el testigo referir, que hacia medio día, vió en la mesa del cabo telegrafista de la posición un telegrama circular del coronel a todas las posiciones de la kábila, mandándoles replegarse sobre la línea del Kert a las dos de la tarde. En su vista, el declarante se puso en comunicación con la Sección de campaña, manifestando su opinión contraria a semejante retirada, contestándosele que se pusiese de acuerdo con el coronel Araujo, al que no pudo llegar, puesto con él al habla, por manifestarle la falta de auxilio de una parte y la imposibilidad de efectuar el movimiento por sí, con arreglo a lo que se le decía. También le hizo presente que restándole solo ocho policías, por haberse marchado los demás, le era forzoso evacuar la cabecera de la mía, para lo que fue autorizado, ordenándosele se retirada hacia Taurciat-Hamed.

El coronel le dijo que Kaddur-Naamar respondía de que no pasaría nada en el repliegue de las posiciones hacia el Kert, constatando el testigo -como antes lo había dicho a la Sección de campaña- que no se fiasen de él, porque era un traidor, y todos morirían al salir. Estando todavía en la junta con los jefes moros, entró el sargento de la mía Aman-Duduh-Haluf, diciendo que cogiesen los oficiales las pistolas y se marchasen, porque aquellos cuatro jefes les querían matar, que se habían evadido todos los policías, excepto siete u ocho, y que del Mauro venía el enemigo hacia la cabecera. Al salir los jefes, ya se oía el fuego de las demás posiciones de la kábila que eran atacadas. El sargento había tenido la precaución de romper los percutores de los fusiles de los cuatro jefes, antes de entregárselos.

En el interior del campamento había unos veinte o veinticinco moros de la kábila, todos armados, con el pretexto de coger la nécua (célula de armamento y familia). En su vista, y estando ya incomunicados con las demás posiciones, cuando el cabo telegrafista que rompiera los aparatos y que en unión de los dos escribientes y con su armamento y municiones, se marcharse hacia Melilla, ordenando al cabo Pérez, de la mía, que inutilizase unos seis u ocho Remington que había en el almacén, y que se llevasen entre todos media caja de municiones que allí quedaban. El declarante tenía el propósito de quemar el campamento, lo que no pudo realizar por falta de petróleo. El declarante, antes de marcharse, oía fuego en todas las posiciones y oyó indistintamente unos cinco cañonazos de la posición de Quebdani, que relacionados con las referencias que después ha tenido, le hacen opinar que la resistencia en este campamento fue muy escasa, sin que le sea conocida la suerte que después corriera la fuerza que se hallaba en el mismo.

Cuando llevaba algún rato de marcha el telegrafista y escribientes, el testigo, considerando la imposibilidad de defender el campamento, salió de él acompañado de los tenientes Martín Baños y Moran, y unos ocho policías, entre los que figuraban los ordenanzas y el sargento de que antes hizo mención; iban montados los oficiales y cuatro ordenanzas. Dirigiéronse hacia el Kert, desde donde mandó a los escribientes y telegrafista que continuasen a Segangan para regresar a Melilla por el tren, lo que sabe que efectuaron, aun cuando desarmados y robados en el camino por unos policías de Beni-Sidel. Ordenó también el declarante al teniente Moral que fuese a Tauriat-Hamed, para que desde allí por teléfono participase lo ocurrido a Drius.

El declarante con el otro oficial, el sargento y dos ordenanzas, se dirigió por el cauce del Kert hacia Quebdani, por la meseta de Tikermin, con objeto de ver lo que allí sucedía; pero al llegar a unas casas fueron tiroteados, teniendo que desistir de su propósito, y dirigiéndose entonces hacia Tauriat-Hamed, donde no pudieron entrar al saber que toda la mía se había sublevado y no encontrarse allí el teniente Moral. Encontes continuó con el teniente Martín Baños, el sargento y el ordenanza de más confianza, a través del Harcha, hacia el Zoco del Jemis, donde llegaron a las nueve de la noche (escrito a mano: 23), a la casa del sargento, por el camino viejo a Argelia. Permanecieron en la casa hasta la una de la noche, en que acompañados por el sargento, llegaron a Zeluán, donde se encontraron con la columna de fugitivos que venían de Dríus hacia la plaza. Continuaron por la carretera y por Nador llegaron a la plaza hacia las ocho de la mañana del día veinticuatro. El sargento, al llegar a la altura de Tauiuza, se marchó a su casa, llegando el ordenanza hasta la plaza, desde donde volvió a su kábila.

PREGUNTADO a qué causa atribuye la flojedad de la defensa de las posiciones del campo y rápido decaimiento de la moral de la tropas y derrumbamiento de nuestra organización, dijo que, en cuanto a política, hasta el çultimo momento se ha seguido la tradicional en el territorio, la cual considera acertada en todo, menos en dejar armadas las kábilas a retaguardia de la línea avanzada y en estar siempre animada de un espíeritu de excesiva tolerancia. Otra de las causas es, a su parecer, el empleo exclusivo de las tropas de Policía en todas las funciones de guerra, reservándose las peninsulares, que iban de meras expectadoras, rebajando ésto su espíritu en forma que hacía esperar que en el momento necesario no respondieran en la medida conveniente. A su vez, este sistema levantaba el espíritu del moro, que veía la inactividad de nuestras tropas, haciéndosele formar de ellas un concepto depresivo.

El levantamiento de las kábilas, a su parecer, no estaba acordado, sino que al ver salir de Anual cuatro mil hombres en precipitada huida, y observar la ineficacia de éstos en la defensa de las posiciones y el abandono en que se les dejaba, sin enviarles refuerzos, se figuraron que España abandonaba el territorio, y carecía de elementos, por lo que nació de ellos la idea del pillaje, avivando la codicia característica de la raza.

En la estado y transcurridas dos horas treinta minutos, el Señor General Instructor acordó suspender esta declaración, que leyó por sí mismo el testigo, ratificándose en ella en descargo del juramento prestado y firmándola con el Señor General Instructor, de todo lo cual certifico.

Gerardo G. Longoria (rubricado).
Juan Picasso (rubricado)
Juan Martínez de la Vega (rubricado).