AHN. TS-R. Expediente 50.3. Folios 487 al 490.

Al margen: Declaración del testigo fray José Antona.

Al centro: En Melilla, a primero de septiembre de 1921, ante el señor general de División juez instructor y el infraescrito secretario, compareció el testigo anotado al margen, a quien se le advirtió de la obligación que tiene de decir verdad y de las penas señaladas al reo de falso testimonio, enterado de las cuales y después de jurar según su clase, fue:

PREGUNTADO por las generales de la ley, dijo llamarse fray José Antona, en la religión, y en el mundo Victoriano López Antona, ser mayor de edad, fraile franciscano, perteneciente a las misiones de Marruecos y al Colegio de Santiago de Galicia.

PREGUNTADO por el tiempo que lleva de residencia en el poblado de Nador, dijo que lleva diez y siete años residiendo en Marruecos, y en el poblado de Nador solamente veinticuatro días, al ocurrir los sucesos que motivan su comparecencia.

PREGUNTADO si por sus relaciones con el campo pudo llegar a su noticia que se fuera a alterar el orden en el territorio, dijo que nada había observado de anormal hasta el 22 de julio, día en que comenzaron a salir del poblado algunas familias por temor a que ocurriera algo como consecuencia de los sucesos desarrollados en la línea avanzada, diciéndose que habían matado al general Silvestre y a su Estado Mayor, y que los moros avanzaban. Preguntaron, sin embargo, al capitán de Policía Ortonela, quien les tranquilizó, diciéndoles que no tuvieran cuidado. 

En la noche del 23 subió la pareja del Disciplinario, mandada por el teniente coronel, para montar guardia en la iglesia, haciéndole observar el declarante su extrañeza por tal medida. Poco después llegó el teniente jefe de la línea de la Guardia civil Fresno, con el alférez y varias clases y guardias hasta completar unos 20 hombres, los cuales se instalaron en la iglesia nueva, repartiéndose entre la torre, coro y puerta y llevando cajas de municiones. A eso de las once de aquella noche pasó una batería, es decir, el personal y ganado de la misma, en un estado lamentable y algunos heridos, sabiendo por manifestaciones del oficial que en el camino había quedado la mayor parte de su fuerza, rendida, herida y algunos muertos a pedradas. Los soldados no traían armamento, y los oficiales venían tan destrozados como ellos. Posteriormente fueron llegando grupos de dispersos de otras Armas y Cuerpos, en el mismo estado que los anteriores, descalzos, sin armamento, y a lo sumo algunos con el cerrojo de su fusil. Los carros que desde el 22 habían pasado conduciendo familias, así como camiones militares con soldados, aumentaron el día 23. Los artilleros de la batería de montaña antes referida pernoctaron en el convento, marchando de madrugada a Melilla. Al ver la situación, varios paisanos, casi todos de Nador, fueron a buscar al comandante militar y a pedirle fusiles para hacerse fuertes en la iglesia, lo que no se les dieron, diciendo que no los había.

A las siete de la mañana del 24 tocaron llamada desde el campamento, acudiendo a aquel lugar así los guardias que guarnecían la iglesia como la fuerza que había en las Tetas de Nador. Esta medida produjo en el pueblo verdadera alarma, deseando todos venir a Melilla, lo que tuvieron que hacer a pie por no haber trenes, y esta actitud decidió a la comunidad a hacer lo propio, dirigiéndose a la carretera donde estaba formada la fuerza delante del campamento. Allí el testigo pretendió entregar las llaves al teniente coronel o al teniente Fresno con objeto de que pudiesen recoger las municiones que en la iglesia había, pero el primero no le hizo caso y el segundo no se quiso hacer cargo de ellas, aconsejando a los frailes marcharan sin demora a la plaza por el peligro que allí había; los primeros religiosos vinieron por la carretera con un grupo de paisanos, que fueron tiroteados por los moros, causándoles un herido; el declarante, con dos frailes más, vinieron sin novedad por la Restinga, al ver que en la carretera había numerosos grupos de la Policía y de cuyas intenciones temían. De esta forma quedó abandonada la iglesia, con sus ornamentos, vasos sagrados y cuanto contenía, que supone habrá sido saqueado.

PREGUNTADO si dada la situación encontró justificada la medida de evacuar la población civil, dijo que dado que no había fuerzas disponibles considera que no pudo adoptarse otra medida, pues si en principio le pudo parecer la evacuación prematura, al ver lo que en las demás posiciones ha ocurrido estima que la medida fue justificada, pues nadie hubiera acudido en su socorro. Hace, empero, constar que durante los tres días anteriores, digo, posteriores, sólo estuvo ocupado el pueblo por merodeadores, por lo que si se hubiese dado fusiles a los paisanos, éstos, juntamente con la guarnición, se hubieran podico defender durante dicho tiempo y esperar la llegada de auxilios de la plaza. 

A poco de salir el testigo vió arder el polvorín de la Brigada Disciplinaria, establecido en un barracón del campamento. El día 27, el testigo intentó volver a Nador a bordo de la lancha "Europa", a la que precedía la "Cartagenera", llevando como unos 20 vecinos de Nador, armados, con ánimo el testigo de ver si podía salvar los vasos sagrados de su iglesia; pero no pudo desembarcar, porque el enemigo, desde el poblado, hostilizó con fuego de fusil a la "Cartagenera", obligándola a retirarse con bastantes impactos. Al paso pudo ver el declarante que empezaban a arder los barracones de la Comandancia y otros, quedando únicamente el del botiquín intacto. Las estaciones y el almacén de la Tabacalera habían sido incendiados ya. También vió salir humo, que parecía proceder del Consulado.

PREGUNTADO qué autoridades civiles se hallaban en Nador al ocurrir los sucesos, dijo que ninguna, pues, salvo el juez de Primera instancia, ninguna otra autoridad vivía allí, y aun el mismo juez estaba por aquellos días de permiso en la Península. El cónsul, el secretario, los adjuntos, el juez de paz en el orden civil, y en el militar el teniente coronel y algunos otros, según había oído el que declara, no acostumbraban a residir en Nador.

PREGUNTADO por el estado moral de las tropas, especialmente las indígenas, y de las relaciones de éstas con los moros, dijo que pudo observar una gran desmoralización, una familiaridad inconveniente por parte de la oficialidad con los naturales, abuso por la misma de las mujeres indígenas, cosa de que los moros sufren gran agravio, depredaciones, imposición de contribuciones injustas y otros excesos semejantes. La Administración de las unidades tiene entendido que era buena.

Y no teniendo más que decir, dispuso el señor general instructor dar por terminada esta declaración, que leí yo, el secretario, por haber renunciado a hacerlo el testigo, quien se afirma y ratifica de ella en descargo del juramento prestado y la firma con el señor general instructor, de todo lo cual certifico.

Fray José María L. Antona. (rubricado).
Juan Picasso (rubricado)
Juan Martínez de la Vega (rubricado).