AHN. TS-R. Expediente 50.3. Folios 479 al 485.

Al margen: Segunda declaración del testigo, capitán D. Julio Fortea García.

Al centro: En Melilla, a treinta y uno de agosto de mil novecientos veintiuno, ante el Señor General Instructor y el Secretario que firma, compareció el testigo don Julio Fortea García, capitán de la Policía Indígena, para reanudar su declaración anterior, habiéndole advertido por el Señor General Instructor de la obligación que tiene de decir verdad y de las penas del falso testimonio, enterado de laas cuales y después de prestar juramento según su clase, se le dió lectura de su anterior declaración, que figura alos folios cuatrocientos sesenta y sieta a cuatrocientos setenta y tres.

PREGUNTADO si se afirma y ratifica en su contenido o si tiene algo que añadir o rectificar en la misma, dijo que no, que se afirma en su contenido íntegramente.

PREGUNTADO por los hechos de que tenga noticia que ocurrieron en este territorio con posterioridad al diez y seis de julio, dijo que al regresar de haber acompañado al coronel a la inspección que practicó desde Udea (NOTA: Yebel Uddia), y por orden del mismo, llamó a los jefes de las kábilas que de él dependían para que avisaran a sus familias y organizasen una harka amiga, en lo que empleó toda la tarde del diez y seis, dando cuenta telefónicamente por la noche a su coronel de haber cumplido sus órdenes, añadiendo el testigo que tenía confidenciasde que el enemigo engrosaba y de que tenía el propósito de cortar el convoy a Annual entre este punto e Izummar. El coronel le manifestó que había mandado que solicitó hombres armados montados de otras mías fuesen a reforzar la del declarante, lo que en efecto hicieron posteriormente, el día diez y ocho, presentándose con dos oficiales.

El día diez y siete salió a las cuatro de la mañana a montar sus servicios de descubierta y vigilancia, no observando otra novedad que la de oirse fuego en dirección a Igueriben y además fue tiroteado al servicio avanzado de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, prolongándose el servicio para proteger la evacuación de heridos a Annual y el regreso del convoy de municiones que había sido llevado a la posición.

Al conferenciar, como de costumbre, con su coronel, al regresar al campamento, le dió cuenta de las novedades del día y el coronel a su vez le manifestó que, con arreglo a sus confidencias, el enemigo intentaría atacar el servicio, deslizándose por las faldas interiores de Izummar para caer sobre su retaguardia. También se puso en comunicación telefónica con Ben Tieb, dando órdenes a la tropa que tenía a incorporarse al establecimiento del servicio el próximo día.

El diez y ocho, para la seguridad del servicio, se hizo acompañar por moros principales pertenecientes a las familias de los sitios que tenía que recorrer, práctica que con buen resultado venía usando desde tiempo anterior. Incorporados los refuerzos con arreglo a sus prevenciones, fue montado dicho servicio, pudiendo observar el testigo desde Udea, punto más avanzado de su servicio, que entre Igueriben y Annual se oía un fuego bastante intenso de fusilería y artillería, viendo la salida de fuerzas de Annual para ocupar los acostumbrados puntos de protección de aguadas y convoyes a Igueriben, conociendo luego el testigo por referencias, que el convoy se había llevado con gran trabajo y comentándose favorablemente la conducta del capitán de Regulares, Cebollino, que lo condujo. El testigo, por las mismas razones que el día anterior, tuvo que retrasar la retirada de los servicios. En su acostumbrada conferencia con su coronel, éste le indicó el propósito de celebrar con el declarante una entrevista en Ben Tieb al día siguiente.

El diez y nueve, montose el servicio, llevando el testigo como garantía veintisiete jefes de kábila en su columna; prestose aquel sin otra novedad que la de observar desde Udea que continuaba el fuego hacia Annual e Igueriben, observándose la salida de fuerzas y que éstas no pudieron hacer llegar el convoy; con arreglo a su apreciación, este hecho influía en el ánimo de los kabileños que le acompañaban, dándole la sensación de nuestra debilidad y por su parte el contexto de este fracaso, que confirmaba las confidencias recibidas. En su conversación con los moros principales que le acompañaban, notó que su ánimo se encontraba indeciso ante el hecho de haber interceptado el convoy, lo que probaba falta de fuerzas por nuestra parte y aumentaba en ellos el temor de que hiciera en su territorio una incursión la harka y les quemara las cosechas, como represalia de su sumisión a nosotros.

Al retirarse el servicio al campamento fue llamado por el coronel, que le ordenó ir a Ben Tieb para conferenciar con él. Encontró que se estaban concentrando algunas mías en este punto, recibiendo órdenes de salir al servicio con algún retraso y, una vez llegado al camino, de volver a Ben Tieb para recibir órdenes. Hecho así, dispuso el coronel que hiciera un cambio de fuerzas de entre su mía y otra de ellas, y que formase la vanguardia -por su conocimiento del terreno- de una columna de tropas indígenas que se estaba organizando, con Policía y harka amiga, en número de unos ochocientos hombres, y a la cual se incorporó el general Navarro. Salió la columna con sus servicios de seguridad montados, marchando el declarante en vanguardia, presentándose al coronel, con el que venía el general Navarro, dándole cuenta de la actitud dudosa de la kábila. Siguió su marcha la columna y el testigo recibió órden de aguardar en la carretera a dos mías que se esperaban y de mandarles que se incorporaran a aquella con la mayor urgencia, y caso de no poderlo hacer antes de Izummar, que siguieran el movimiento de la columna, haciéndolo el testigo como se le había ordenado a la llegada de aquellas fuerzas.

Durante todo el día veinte pudieron observar que como en días anteriores, seguía el fuego y no pasaba el convoy de Annual a Igueriben, lo que les producía una impresión muy pesimista. Retirado el servicio, conferenció en el campamento con los moros amigos, que insistían en que pusiera una nueva posición para asegurar la tranquilidad de la kábila, deseo que transmitió a su coronel, al conferenciar con él aquella noche por teléfono.

El día veintiuno observaron también desde su servicio los últimos esfuerzos para llevar el convoy a Igueriben. De tres a cuatro, el combate fue verdaderamente encarnizado, pues apreciándose el predominio del enemigo, que llegó a asaltar la posición, según el efecto que ellos pudieron apreciar, con numerosos contingentes, ardiendo el interior de la posición y replegándose con mayor precipitación que de ordinario la fuerzas de Annual y con mayor intensidad de fuego que los días anteriores. Retirado el servicio que montaba el declarante, debe consignar que aquel día fue el que tuvo más enemigo en su frente, aunque no se rompió el fuego. Al llegar a Dar Mizzian no pudo conferenciar con su coronel por estar interrumpidas las comunicaciones con Annual, ni con la Sección de campaña de Melilla, logrando solo comunicar con Dar Drius, con el capitán de Estado mayor que allí había, al que dió cuenta del grave estado de las cosas y de la necesidad imprescindible de establecer la posición a que antes se ha aludido. De madrugada recibió un telefonema en que se le decía que comunicada su petición al general, "quedaba acordada".

El veintidos montó sus servicios como de costumbre, sin novedad, comunicándolo así a Annual, a las nueve de la mañana. A esta hora se oía fuego en dirección a aquel punto, lo que pudo observar cuando aguardaba a que llegasen las fuerzas que habían de venir a establecer la posición que se proyectaba. A las doce, por medio de su ordenanza, recibió aviso del teniente coronel Primo de Rivera, de que le aguardaba en el punto con la fuerza que traía. Al encontrarse, le dijo aquel jefe que llevaba tres escuadrones de Alcántara y el de ametralladoras, que era su fuerza propia, una compañía de Ingenieros y dos de Ceriñola. El testigo señaló a dicho jefe el lugar de asentamiento de la posición, ordenando el que subiera la fuerza a establecerla, en cuyos primeros trabajos se estaba cuando un oficial de la posición "B", acompañado de unos soldados, le comunicó al teniente coronel la orden del Comandante General de acudir con sus escuadrones en dirección a izummar, para proteger la evacuación de Annual. El declarante y sus oficiales pudieron ver que el fuego se sentía de Annual a Izummar y se divisaba por el camino entre ambos la polvareda de la columna de evacuación. Los jefes de la harka amiga daban grandes muestras de excitación.

El enemigo se corría por Tauarda, con ánimo sin duda de cortar el paso de la columna y como el frente del declarante tenía una extensión de doce kilómetros, y en su derecha estaba asegurado por las posiciones de Udea y "B", él se dirigió hacia la izquierda, que era la parte más amenazada, acompañado de los jefes moros, con intención de retenerlos el mayor tiempo a fin de asegurar que el paso de las tropas por la kábila fuese desembarazado y sin ser agredidos, como a lo postre lo fueron. Al cruzar el poblado, gente de éste excitó sin duda a los jefes contra el declarante, que se vió cercado por aquellos en actitud agresiva, no pudiendo imponerse a los mismos, aunque lo intentó, por lo que, con una vara que llevaba, logró abrirse paso, y popr el curso del río llegar a la carretera, por la que se adelantaban las fuerzas de Annual, desordenadamente, mezcladas las unidades, sin mando alguno, revueltos y en confusión, aunque sin marchar de prisa, tiroteados por derecha, izquierda y retaguardia, no corriendo por venir muy cansados, y cayendo al suelo muchos heridos o agotados, que prorrumpian en lamentos, que se oían entre la densa nube de polvo que envolvía la columna, a cuyos flancos los escuadrones de Alcántara, a la desfilada, procuraban protegerla, siendo tiroteados por el enemigo.

De los puestos de servicio del declarante, establecidos entre entre Ben Tieb y Yuddea (NOTA: Yebel Uddia), en las alturas, éstos quedaban a la derecha de la marcha del tropel de la columna, causándose fuego entre ellos y los escuadrones de Alcántara, y al inquirir el motivo de ello, se le manifestó que por la razón de haber hecho fuego algunos de ellos, pues los demás no estaban en sus puestos, aunque estos asertos no los pudo comprobar. Al intertar el testigo encaminarse a Dar Mizzian, para recoger la documentación y fondos de la mía, no lo pudo conseguir a causa del fuego que desde allí se le hacía. Entonces, arrollado por la columna, siguió en dirección a Ben Tieb, donde no se detenía la gente, sino que seguía su marcha hacia Drius.

En Tieb observó que estaba ardiendo paja del depósito de Intendencia, como antes vió arder los de Izummar y el Morabo. La gente asaltaba las ambulancias de heridos, camiones y carros que pasaban, tiraban algunos el armamento y constituñian en su conjunto un cuadro desolador. A poco de salir de Ben Tieb sintió el testigo un amago congestivo y se quedó mudo, llegando así a Drius, donde el general Navarro dispuso fuese trasladado para su curación a la plaza, al trasladarse a la cual, de Drius a Batel, recogió algunos heridos que entregó luego en el hospital, y él por su parte fue llevado a su domicilio, donde ha permanecido mudo hasta el día diez y siete de este mes.

Cuando llegó a Drius, vió que el capitán Carrasco con varios oficiales, contenía a los fugitivos, dirigiéndose a los indígenas a la casa de Drius, con ánimo de reorganizarlos, y a los europeos, con ogual objeto, al campamento, del que muchos se evadían para continuar su marcha hacia batel.

PREGUNTADO por las causas fundamentales a que pueda atribuir la flojedad de la defensa del territorio protegido, y rápido decaimiento de la moral de las tropas y dispersión del Ejército en la breve lucha que puso a prueba la resistencia, dijo que, salvanto todos los respetos, su opinión personal es que han contribuido a ello muchas causas, entre las que puede citar, la rapidez de los avances efectuados, que no ha dado lugar a su afianzamiento y consolidación de la ocupación; por otra parte, que las fuerzas disponibles no estaban en relación con el territorio ocupado, habiendo obligado esto a reducir y desguarnecer algunas posiciones de retaguardia para reforzar las más avanzadas, sin llegar a conseguirlo, porque la primera línea se consideraba débil y constituida por posiciones reducidas por lo abrupto del terreno, falta de comunicaciones y distancia, a un aislamiento peligroso. Faltaba el apoyo de una segunda línea, como el de columnas móviles para acudir en su auxilio en caso necesario. Presintiéndose en tal situación, por todos los oficiales, que por la manera imprevisora de operar del Comandante General, ocurriría algún serie contratiempo, y en este caso, la falta de una segunda línea no permitiría preveer las consecuencias de un desastre.

Otra de las causas del desastre ha sido, a su juicio, el emplear a la Policía como fuerza combatiente, apartándose de sus territorios, donde perdido el contacto con la población, quedaba interrumpida la labor política. El suministro de las posiciones era difícil, por que en muchas habrá de hacerse por sus propios destacamentos; se carecía de repuestos de agua, estando las aguadas en algunas ocasiones a grandes distancias; todo esto constituía un estado de defensa precaria de las posiciones, que determinaba una anormalidad, que se comparecía mal con la precipitación impresa a las operaciones que se pretendía llevar a fin de verano a Alhucemas.

La moral de la tropa estaba deprimida, sin duda, por darse cuenta de su inferioridad ante los primeros fracasos sufridos, y además por el empleo que de ella se hacía, siempre en segunda línea, como reserva, afianzándose la confianza de las fuerzas indígenas -Policía y Regulares- que llevaban el peso de las acciones.

En este estado el Señor General Instructor dispuso dar por terminada esta declaración, que leyó el testigo por sí mismo, ratificándose en su contenido y firmándola con el Señor Juez, de todo lo cual certifico.

Julio Fortea. (rubricado).
Juan Picasso (rubricado)
Juan Martínez de la Vega (rubricado).