AHN. TS-R. Expediente 50.2. Folios 403 a 406.

Al centro: En Melilla, a 27 de agosto de 1921, ante el señor general de División, juez instructor, y secretario que suscribe, compareció el testigo anotado al margen, a quien se advirtió la obligación que tiene de decir verdad y las penas con que se castiga al delito de falso testimonio, enterado de las cuales, y después de prestar juramento "in verbo sacerdotis", fue

PREGUNTADO por las generales de la ley, dijo llamarse Alfonso Rey Vázquez, ser fraile franciscano, superior de la Misión católica de Nador y mayor de edad.

PREGUNTADO dónde se encontraba al ocurrir los sucesos de este campo, dijo que se encontraba en las minas del Uixan el día 23 de julio, trasladándose después a Nador.

PREGUNTADO si, por razón de su cargo o de sus relaciones con el campo, pudo advertir síntomas o adquirir noticias que denunciaran la proximidad de los sucesos, dijo que en la mina, adonde iba con frecuencia, tratando con varios moros, mes y medio antes de los sucesos corrían entre los indígenas rumores de un próximo levantamiento, habiendo oído decir el testigo, reservadamente, que se había impuesto una contribución de cien duros a cada jefe de cabila, entre otros, los de Segangas y San Juan de las Minas, sin poder precisar la razón de esta imposición.

PREGUNTADO sobre el desarrollo de los sucesos que él presenciara, dijo que el día 23 de julio, por la tarde, que, como sábado que era, subió a las minas con el propósito de decir misa al día siguiente, encontró a unos moros que venían por el camino, muy derrotados de ropa, lo que extrañó al testigo por observar que eran de Policía y Regulares, preguntándoles entonces de donde venían, a lo que respondieron de Annual, donde los moros habían tomado el campamento, del que ellos venían escapados, ignorando la suerte de sus jefes, y que creían que la harka enemiga estaba en Tauriat-Hamed, y que aquella noche llegarían a Batel. Encontró después otro moro con dos carabinas, también de la Policía, que, hablando con otros que salieron al camino, les decía "que había que hacer república". 

Al llegar a las minas se oía cercano, hacia Batel, el tiro de fusil y ametralladoras y también hacia Tauriat-Hamed, en vista de los cual, y de acuerdo con el ingeniero de la Compañía, se pidió un tren especial para evacuar a las mujeres y los niños de Uixan y San Juan, como en efecto se hizo a las diez de la noche; no pudiendo regresar el testigo a las minas por impedírselo el teniente de la posición, tomó también el tren, trasladándose a Nador, en donde encontró a la Guardia civil, que se aprestaba a la defensa, bajo el mando del teniente Fresno y de un alférez, ocupando la iglesia, a la que aportaron municiones.

A eso de las once de la noche llegó un teniente de Artillería y un oficial médico, al frente de un centenar de soldados de diferentes Cuerpos que procedían de Annual y que pernoctaron en Nador; traían un carro, y cree recordar que no llevaban fusiles, oyendo decir al teniente que a pedradas le habían matado algunos soldados; no traían bajas algunas. El 24, muy de mañana, salieron para Melilla. 

Como a las siete de la mañana llegó a la iglesia el teniente de Intendencia que estaba en el avanzamiento, el cual le dijo que había tenido que escapar y que al asistente se lo mataron en el camino y a él le tiraron, y que el día anterior había recogido unos catorce caballos nuestros, que pasaron sueltos por cerca de su posición. Después de esto bajó el testigo a la estación, encontrando a un capitán de Policía, D. Jesús Jiménez Ortoneda, que le dijo que la situación era muy mala. En la estación había muy poca gente, porque la mayoría de la población civil había salido ya a pie o en carro. Regresó en su vista el declarante a la Misión, para avisar de lo que ocurría a los demás padres, y encontró en la puerta de la iglesia a la Guardia civil; sonó una corneta desde el campamento, e informado el testigo de que tocaba a retirada, apresuró la salida de los padres para Melilla, viendo que la Guardia civil marchaba al campamento, en el que se hallaba el teniente coronel de la Disciplinaria con algunos soldados, que habían acudido allí desde las Tetas de Nador, donde pernoctaron, al oir el toque de llamada.

Al regresar el testigo por la carretera con dirección a la plaza, vió en ella formados a los soldados de referencia, juntamente con la Guardia civil, ofreciendo los frailes al teniente coronel la llave de la iglesia, que no aceptó, y que les aconsejó que apresurasen el regreso.

PREGUNTADO si sabe que la evacuación de la población civil de Nador fuese por orden del comandante militar o por voluntad espontánea de los evacuados, dijo que nada le consta, como tampoco que durante ella se cometiesen desmanes o depredaciones.

PREGUNTADO si tiene que hacer alguna manifestación respecto al estado de aquel territorio y conducta de las fuerzas que lo guarnecían, dijo que la Policía estaba algo abandonada, dejando bastante que desear en la relación de los jefes con los policías, así en lo referente al trato como al abono de sus devengos; que la relación con la población mora era mejor, aunque había algún caso de maltrato a los moros por los jefes de mía y de abusar éstos de las mujeres indígenas, así como de los administrar rectamente la justicia que les estaba encomendada en las cuestiones entre indígenas, que solían resolver con parcialidad.

Considera el testigo que estos abusos no ocurrían en los fuerzas de Regulares, que estaban más disciplinadas y con mejor espíritu.

PREGUNTADO si sabe algo respecto a los incendios ocurridos en Nador, dijo que hasta el momento de marchar los frailes no los hubo, siendo la evacuación de la población civil ordenada.

PREGUNTADO por las causas que, a su juicio, han determinado estos sucesos, dijo que el abandono en que estaba la vigilancia antes de declararse y el miedo después que comenzaron.

PREGUNTADO por los frailes que con él estuviesen en Nador en esta época, dijo que eran los padres Avelino Moiños, Antonio Luengo y José Silvarey y los legos fray José Antona, Faustino Martínez, Francisco Sesva y José Blanco, todos en la Península, menos fray José Antona, que se encontraba en la plaza.

PREGUNTADO si tiene algo más que añadir, dijo que no.

En este estado, el señor general instructor acordó dar por terminado el acto, invitándose al testigo a que leyera por sí su declaración, lo que hizo así, afirmándose y ratificándose en su contenido en descargo del juramento prestado, y firmándola con el señor general, de todo lo cual certifico.

P. Alfonso Rey. (Rubricado.)
Juan Picasso. (Rubricado.)
Juan Martínez de la Vega. (Rubricado.)