AHN. TS-R. Expediente 50.2. Folios 278 a 283 vuelto.

Al margen: Declaración del testigo, teniente D. José Miralles Echevarría.

Al centro: En Melilla a veintiuno de agosto de mil novecientos veintiuno, compareción ante el Señor General Señor Instructor y el infrascrito Secretario, en virtud de un telegrama del Alto Comisario que anteriormente se une, el testigo anotado al margen, a quien se advirtió de la obligación que tiene de decir verdad y de las penas señaladas al falso testimonio, enterado de las cuales y después de prestar juramento con arreglo a su clase, fue:

PREGUNTADO por las generales de la ley, dijo llamarse don José Miralles Echevarría, Teniente de Infantería, con destino en la catorce Mía de Policía Indígena, mayor de edad y de estado soltero.

PREGUNTADO por el tiempo que llevaba perteneciendo a dicha ciudad y en qué punto tenía su centro de residencia, dijo que desde el mes de mayo del presente año pertenecía a dicha unidad y que siempre residió en AZib-de-Midar, circunscripción de Drius, Kábila de Beni Tucin.

PREGUNTADO por la circunstancia de haber concurrido a Anual con ocasión de los sucesos ocurridos en este campo, dijo que una orden telegráfica de su Coronel le ordenó que con los cincuenta policías que tenía destacados en Buhafora se incorporase a Anual. Esta orden la recibió el veinte de Julio.

PREGUNTADO el servicio que se encomendara a su llegada a Anual, dijo que llegado a Anual el día veintiuno por la mañana, habiendo pernoctado en Ben Tieb, juntamente con tropas de la décima Mía, próximamente en número también de unos cincuenta y los tres escuadrones de Regulares, ocuparon una loma para proteger el avance hacia Igueriben de la fuerza que conducía un convoy, el que no pudo llegar sino próximamente a mitad de camino, por la imposibilidad de atravesar un paso forzado en el último barranco, en el que había que ir a la desfilada y estaba batido muy eficazmente por el enemigo. Desde su puesto pudo observar el declarante la evacuación de Igueriben, marchando a la desbandada la tropa, pues los Oficiales habían muerto todos, replegando entonces toda la fuerza de protección sobrr Anual, perseguidos por el enemigo, en bastante número, bien municionado y emprendedor. De los de Igueriben, solo llegaron a Anual catorce soldados, teniendo el declarante diez y siete bajas en las fuerzas de protección.

PREGUNTADO, despues de acogerse a Anual, explique los sucesos que allí se desarrollaron, dijo que el veintidos por la mañana recibió la orden del comandante Villar de ocupar las últimas casas del poblado y de proteger desde allí el paso de un convoy que se iba a hacer, según se dijo, por el camino de Izummar, desde Anual. Desde dichas casas presenció el paso de la columna, que marchaba al principio ordenadamente y por unidades; que cuando había pasado toda y se retiraba la fuerza de protección, se retiró igualmente el declarante, pero que de treinta hombres que le quedaban mucha gente de los poblados rifeños se le escapó, quedándole tan solo unos quince. El enemigo hostilizó debilmente la retaguardia de la columna que salió de Anual, pero empezó una preciopitación en la retirada por la desmoralización de la tropa, pues no la empujaba en enemigo, y fueron quedando atrás heridos y despeados, a los cuales tiraban las kabilas al pasar la columna. En esta forma se llegó a Drius, habiendo perdido bastantes hombres, más que por efecto de las balas, por el cansancio y decaimiento moral. Esta tropa llevaba en cabeza artillería de montaña con su material; la fuerza llevaba su armamento y el soldado que no podía con el fusil, lo inutilizaba rompiéndolo y quitándole el cerrojo y tirando el resto. También desfiló en cabeza en buen orden la Caballería, formada por escuadrones de Regulares y de Alcántara, lo mismo que la compañía de ametralladoras y algunas tropas de Infantería. En resumen, que la desorganización era en la cola de la columna.

PREGUNTADO por la naturaleza del camino de Anual a Izummar y Drius, dijo que era una buena carretera, de pésimas condiciones militares por ir por un barranco, en constante dominación.

PREGUNTADO por el resto de la marcha de la columna, dijo que al llegar a Ben Tieb, hacia las cuatro de la tarde, se reorganizaó la columna y fue marchando tranquilamente, puesto que ya no había ningún enemigo, a Drius. En este punto, al llegar, el general Navarro ordenó a todos los oficiales de Policía se incorporaran en el acto a sus cabeceras, y al hacerle observar el declarante la distancia de Drius a Midar y que solo le quedaban nueve policías, y la hora que era, seis y media de la tarde, le ordenó marchara y se detuviera en donde pudiera llegar, verificándolo así y llegando a Cheif a las diez de las diez de la noche, sin ser hostilizado en el camino.

PREGUNTADO por el posterior desarrollo de los sucesos, dijoque a las tres de la madrugada del veintitrés, se ordenó la evacuación de las posiciones avanzadas y el repliegue de la columna de Cheif, compuesta de cuatro compañías del Regimiento de Melilla y una de ametralladoras. No siendo posible transmitir por heliógrafo, a causa de la naturaleza del terreno, a la posición de Ain-Kert la orden de retirada. Fue personalmente el testigo a transmitírsela al capitán Don Eloy Sánchez de la Orden, del Regimiento de San Fernando, quien, juntamente con el capitán Hernando del mismo cuerpo, la cumplimentaron retirándose ordenadamente por escalones alternados, recogiendo sus heridos, puesto que iban siendo batidos por las kabilas, que se levantaban a su paso. Todo ello lo pudo observar el testigo en la última parte de dicha retirada. En el camino de Ain-Kert a Drius encontró a la Caballería de la doce Mía, que marchaba fugitiva y sin oficiales, recogiéndola el testigo y llevándola a Drius, donde llegó el veintitrés a las ocho de la mañana. Desde entonces se dedicaron a poner en condiciones de defensa la casa de Drius, cabecera de la décima Mía y distante del campamento medio kilómetro. A las primeras horas de la tarde, se dio la orden de retirarse inmediatamente sobre Batel, y no teniendo el testigo fuerza propia, marchó a las órdenes del comandante Villar, jefe de la retaguardia, siendo regularmente tiroteado por el enemigo a pesar de lo cual la columna marchaba en buen orden y retirando sus bajas. Al llegar al rio Higan, arreció el fuego, promoviéndose entonces algo de desorden por la precipitación de marchar, que dada la poca distancia a Batel, no tuvo consecuencias. Llegaron a Batel a las seis de la tarde, desde donde en virtud de órdenes del comandante Villar y acompañado de los tenientes Aranda y De María, juntamente con algunos sargentos, cabos y ordenanzas, se dirigieron a Tistutin, a fin de recoger la caballería indígena; que les fue imposible pasar por el camino a causa de que indígenas apostados en la via ferrea y lomas que dominan el camino, con su tiro a corta distancia les impedían el paso, marchando entonces por la falda de Uzuga, para aproximarse a Tistutin por el otro lado; que al llegar a la altura de dicho campamento las tropas que había allí, sin duda equivocadamente, les hicieron fuego, y como al mismo tiempo les hacían fuego desde las cumbres del Uzuga los indígenas levantados, tuvieron que retirarse a galope con dirección a Monte-Arruit; que al llegar a dicha posición a eso de las nueve de la noche, se encontró el poblado ocupado por el enemigo y el reducto por nuestras fuerzas, que continuamente se tiroteaban, impidiendo por este motivo la entrada en la citada posición; que ante esto y el agotamiento del caballo, el que suscribe marchó a casa del sargento Moham-Jammaní, donde descansó por espacio de tres horas, marchando luego a la alcazaba de Zeluán, sin obstáculo de ninguna clase, por no seguir la carretera, que era donde aguardaba el enemigo, llegando a la Alcazaba a la una de la madrugada del día veinticuatro.

PREGUNTADO qué observara en la Alcazaba y sus contornos, dijo que el campo estaba tranquilo, pero que el enemigo estaba dentro de la Alcazaba, pues habrá tres escuadrones de Regulares de los cuales el tercero se sublevó a fin de escaparse, verificándolo unos cien hombres con dos kaides, y que en la refriega se les ocasionaron catorce muertos recogidos. La fuerza restante de Regulares, con tres oficiales, marchó aquella tarde a Melilla teniendo que abrirse paso a viva fuerza, pues ya el enemigo, en número de unos doscientos hombres, rodeaba la Alcazaba. Las guarniciones de la Alcazaba y del Aeródromo las constituían unos quinientos hombres de fuerzas cogidas de diferentes Armas y Cuerpos; pero útiles para el servicio, según el dictámen médico, no habrá más que unos doscientos. La guarnición normal la constituía una sección del Regimiento de Ceriñola, al mando del teniente Pérez Andrade.

PREGUNTADO por los sucesos desarrollados en la Alcazaba, desde la entrada en la misma, dijo que la moral de la tropa era muy mala; que la aguada, no obstante tenerla cerca, se hacía con dificultad yncostando bajas; que de víveres contaban con borregos y cabras, que se acabaron el día antes de la evacuación, de municiones escasas y de medicinas en muy buenas condiciones por haber farmacia. El agua que se recogía los últimos días era impotable, por haber en el río cadáveres de hombres y animales en estado de descomposición. El Aeródromo tenía pocas municiones, agua en abundancia pero víveres había que llevarlas, lo que se verificaba con salidas de la Caballería, que siempre costaban bajas. Así permaneciewron hasta el día cuatro, fecha en que de acuerdo con Ben-Chilab, por orden del Alto Comisario, se debía evacuar la Alcazaba, en condiciones que el testigo ignora, porque se estaban concertando por el teniente Civantos, teniente Dalias y otro oficial que no recuerda. A las ocho de la mañana, estando el testigo tomando quinina en la farmacia, oyó ruido, viendo que se estaba evacuando la Alcazaba, saliendo la gente sin armas, que dejaban en el suelo, inutilizándolas algunos. Entonces el declarante salió con sus dos ordenanzas y un policía más de la catorce, todos con armamento, por la puerta posterior de la Alcazaba, internándose en Telad-Setub, encontrándose con otros policías de la misma Mía, que le llevaron a la harina del ¿primero? de la catorce, Abd el-Kader-Ben-Hamet, en donde permaneció desde el citado día hasta el diez y siete, recibiendo pruebas de afecto en todo momento, buen trato, la mejor alimentación posible y viniendo los jefes a decir al testigo no tuviera cuidado ninguno. El día diez y siete se presentó un moro llamado Haddú queriendo llevarle a la plaza a fin de que el Gobierno soltara tres hermanos presos que tenía, al presentado. En dicha noche, con el nombrado moro y seis policías de la catorce Mía y de la kabila de Ulad-Setub, le llevaron a los poblados situados a la izquierda de Nador, donde pasó en casa del citado moro el día diez y ocho, saliendo este día con otros seis policías de la misma Mía, pero de Nador, avanzando al Gurugú por sus partes más difíciles a fin de no encontrar guardia enemiga, logrando llegar al Zoco el Had, en la mañana del veinte.

En este estado el Señor General Instructor preguntó al testigo si tenía algo más que decir y habiendo manifestado que no se dió por terminada esta declaración, que leí yo mismo por haber renunciado a hacerlo por sí el testigo, que se ratificó en ella en descargo del juramento prestado, firmándola el Señor General Instructor de lo que certifico.

José Miralles
Juan Picasso
Juan Martínez de la Vega