Conquista de La Habana por parte de los británicos, a pesar de la desesperada defensa del castillo de El Morro protagonizada por el capitán de navío don Luis Vicente de Velasco e Isla.
Tras la declaración de guerra los británicos pasaron a la acción de forma inmediata contra las posesiones españolas en América. Su primera medida fue de tipo deceptiva, al publicar en la Gaceta de Londres su intención de ocupar la isla de Santo Domingo con objeto de forzar a los gobernadores españoles en el Caribe a concentrar en esta isla sus mejores tropas. La propia Gaceta publicó las disposiciones ficticias de los preparativos británicos[01]. Para su empresa, los británicos contaban con varios informes sobre la situación de Cuba y su sistema defensivo, remitidos desde 1756 por el almirante Charles Knowles, gobernador de Jamaica y huésped del gobernador de la isla de Cuba, don Francisco Cagigal de la Vega[02].
El rey Jorge III nombró comandante en jefe de las fuerzas de desembarco al teniente general George Keppel, conde de Albermarle, un cortesano cuya insufiencia militar era compensada por el nombramiento de su segundo, el teniente general sir George Elliot, quien años más tarde se cubriría de gloria en la defensa de gran ataque español a Gibraltar. El almirante George Pocock fue nombrado comandante en jefe de la flota, que contaría además con la escuadra del Caribe mandada por sir James Douglas, a quien se ordenó que se uniera a Pocock en Jamaica. También se dieron órdenes para que el gobernador general de las Colonias americanas, sir Jeffety Amherst, reuniese cuantos refuerzos navales y terrestres le reclamase el conde de Albermale.
La flota británica zarpó del puerto de Spithead el 5 de marzo rumbo a las Antillas. Estaba formada por más de sesenta y cuatro buques y una división de 4.000 hombres que habían sido concentrados en Portmouth (otras fuentes hablan de 10.000 hombres hombres embarcados) al mando de lord Albermale. Tras superar varios temporales que dispersaron la fuerzas en diversas ocasiones, la flota se reunió en la isla de Barbuda el 20 de abril, donde la esperaba el almirante Pocock a bordo de su navío de 90 cañones, el "Namur", que ya había llegado antes. Allí lord Albermale fue informado de que el general Monckton acababa de conquistar la isla de Martinica, y que le esperaba allí con su ejército. El 26 de abril la flota proviniente de Inglaterra llegó a la isla Martinica, donde se le unieron las fuerzas del general Moncktom.
Los británicos tenían total libertad de acción en el Caribe: tras cinco años de guerra, Inglaterra había conquistado todo el Canadá francés, expulsando a Francia de la América septentrional, y en 1761 se había apoderado de todas las islas francesas de las Antillas: Dominica, Martinica, Granada, Tobago, Santa Lucía, Guadalupe y San Vicente, de tal manera que Francia solo conservaba su parte de la isla de Santo Domingo, donde mantenía una pequeña flota que estaba al mando del conde de Blenac, incapaz de enfrentarse a la escuadra inglesa de sir James Douglas.
El 6 de mayo la flota inglesa zarpó de Cas de Navieres (Martinica) rumbo a la Habana. Si bien el rumbo tradicional hubiera sido aproximarse a Cuba por el sur, doblar el cabo de San Antonio y poner rumbo este hasta llegar a la Habana, el almirante Pocock decidió otro rumbo, apremiado por el mes que quedaba para la estación de las lluvias: aproximarse por el norte de la isla, navegando por el peligroso Canal Viejo de Bahamas, y caer sobre la Habana por el este. El 8 de mayo se le unió la división naval del capitán Hervey en el canal de la Mona, que separa las islas de Santo Domingo y Puerto Rico; navegaron por la costa norte de la isla de Santo Domingo y el 17 de mayo llegaron al cabo Nicolás, situado en el extremo occidental de la península septentrional de la isla. Seis días después, el 23 de mayo, se incorporó la escuadra de Jamaica de sir James Douglas. Para entonces la flota británica era una formidable fuerza de ataque formada por 74 buques de guerra y unos 150 ó 200 buques de transporte.
Entre los buques de guerra británicos había 26 navíos de línea (uno de 90 cañones, uno de 80, cinco de 74, dos de 66, cinco de 64, cinco de 60 y cuatro de 50) y 15 fragatas (tres de 40, dos de 32, cinco de 28, una de 24 y cuatro de 20). El ejército de invasión estaba formado por 2.292 cañones de todos los calibres y una fuerza de 12.000 soldados veteranos, sin contar los 2.000 hombres de refuerzo que esperaban en Jamaica y Charlestown, todos ellos curtidos en los campos de batalla de Alemania, Canadá y las Antillas, procedentes de 20 regimientos. En él formaba una unidad de Ingenieros con un inmenso parque de tiendas, herramientas y pertrechos. La fuerza terrestre se encuadró en cinco brigadas y dos cuerpos; un cuerpo se formó con cuatro compañías de Infantería ligera traída de Inglaterra y un batallón de granaderos, al mando del coronel Guy Carleton; el otro cuerpo se formó con dos batallones de granaderos al mando del coronel William Howe. Entre los generales británicos se encontraban los brigadieres lord Rolls y Francis Graut. El resto eran unos 8.000 marineros, tripulantes de los buques[03].
El 27 de mayo el almirante Pocotk se adentró en el Canal Viejo de Bahamas, una arriesgada maniobra que pudo haberle costado una enorme derrota de haber llegado la noticia a los españoles. Guiándose con cartas náuticas españolas y llevando por delante al Richmond para explorar la costa y avisarle de peligros, comenzó la navegación en aquellas peligrosas aguas, llenas de cayos que le obligaron a encender fuegos durante las noches para salvar los innumerables escollos que encontraba a su paso. Así navegó durante siete días, sin que enviaran ninguna nave a vigilar aquellas aguas por considerarlas impracticables para un ataque de tal envergadura. El jefe de Escuadra español Gutierre de Hevia, marqués del Real Transporte, y francés conde de Blenac contaban juntos con 16 navíos de línea y varias fragatas; pero no sospecharon nada y, por tanto, no atacaron en esta travesía tan vulnerable para los británicos; de haberlo hecho se hubiera celebrado una gran batalla naval y el rumbo de la guerra hubiera sido otro probablemente[04]. Con ello el almirante Pocock consiguió tomar totalmente desprevenidos a los españoles.
Por fin, el 3 de junio las fragatas Echo (28) y Alarm (20) desembocaron en la salida del Canal Viejo y encontraron en el Cayo Sal (o Salinas) a las fragatas españolas Tetis (18) y Fenix (20), que iban escoltando un bergantín y dos goletas. Tras una persecución que duró seis horas, los británicos alcanzaron a los españoles; se entabló un reñido combate en el que las fragatas españolas perdieron 10 muertos y 14 heridos, por 17 bajas en la fragata Alarm (20); finalmente, los británicos apresaron las dos fragatas, el bergantín y una de las dos goletas, llevandose prisioneras sus tripulaciones, unos 300 hombres que no pudieron engrosar lasdefensas de la Habana.
El 5 de junio la flota británica se halló frente a Matanzas. El 6 de junio el teniente de Infantería don Gabriel Cubrieta, comandante jefe del Torreón de Cojimar y la Caleta, dio parte de haber descubierto a barlovento una armada enemiga de más de 200 velas[05]. Al amanecer de ese mismo día, un mes después de su partida de la Martinica, la flota británica del almirante Pocock apareció ante los atónitos ojos de los habitantes de la ciudad de La Habana.
LAS FUERZAS ESPAÑOLAS
El gobernador y capitán general de la isla era el mariscal de campo don Juan de Prado Portocarrero. Nombrado para el cargo el 13 de mayo de 1760, perdió el tiempo en hacer el relevo de su anterior cargo de subinspector de Infantería en Aragón, Valencia y Murcia, y en obtener el empleo de mariscal de campo, de forma que no se embarcó en Cádiz hasta el 14 de noviembre. No se dirigió hacia la capital de la isla, sino que atracó en Santiago de Cuba el 6 de enero de 1761 para saludar a su amigo el gobernador y compañero de armas en los regimientos de Guardias Reales, el capitán de Navío don Juan de Ignacio Madariaga, quien pocos años más tarde vencería a los ingleses en un combate naval ocasionado por el incidente de las Malvinas (1766-70). Se detuvo casi un mes en esta ciudad, pues no desembarcó en Batabanó, al sur de la Habana, hasta el 5 de febrero. Nada más tomar posesión dos días más tarde, en lugar de dedicarse a fortificar el cerro de la Cabaña, tarea encomendada por el rey y pendiente desde que lo recomendó su antecesor, el general Cagigal, y a organizar las fuerzas y fortificaciones de la plaza dado el "ambiente" de guerra contra Inglaterra que flotaba en el ambiente, se dedicó a organizar los precios del tabaco con los plantadores, cuya propuesta fue tumbada por el gobierno en el mes de junio.
Con Portocarrero habían llegado destinados a la isla dos oficiales de Ingenieros, los hermanos coronel y teniente coronel Francisco y Baltasar Ricaud, que contaron con el auxilio de otros dos ingenieros de la isla y una fuerza de trescientos peones entre esclavos negros y presidiarios; pero el gobernador no los empleó en la fortificación de la Cabaña dado lo extenso del proyceto y la escasez de medios con que contaba. Para colmo de males, en el verano de 1761 se propagó por la capital una epidemia de fiebre amarilla que contagiaron unos presidiarios trasladados desde Veracruz, de modo que entre marineros y soldados murieron unos 1.800 hombres. Hasta el mes de octubre la enfermedad no pudo ser vencida. Al llegar de la península el marqués del Real Transporte con tres navíos (Tigre, Asia y Vencedor), le llegó la autorización a Portocarrero de variar el proyecto que hizo Cagigal sobre la fortificación en el cerro de la Cabaña, por lo que el gobernador puso a trabajar al coronel Ingeniero director Francisco Rigault en la obras mientras su hermano se dedicaba a trabajos en la ciudad. A principios de octubre de 1761 ya estaban trazados dos frentes, los del Sur y Este, pero la enfermedad se cebó en los trabajos, lo que unido a la aspereza y dureza del terreno obligó a suspenderlos.
El 26 de febrero de 1762 el gobernador recibió la noticia de las declaraciones de guerra entre Inglaterra y España del pasado mes. Portocarrero convocó una junta de guerra esa misma noche. Acudieron el comandante del Apostadero de Marina, el marqués del Real Transporte; el intendente de marina, don Lorenzo Montalvo; el coronel del Regimiento Fijo de la Habana, don Alejandro Arroyo; el teniente coronel de Ingenieros don Baltasar Ricaud y los capitanes de los navíos anclados en el puerto, a los que se sumaron el achacoso general don José Manso de Velasco, conde de Superunda y antiguo virrey del Perú, y el anciano mariscal de campo don Diego Tabares, recién relevado de su cargo de gobernador de Cartagena de Indias. Portocarrero decidió suspender las obras del arsenal, reforzar las milicias y formar padrones con los jóvenes aptos para las armas, y reanudar las obras en el cerro de la Cabaña. A finales de mayo se habían profundizado los fosos de los frentes principales y alzados los parapetos con faginas, tierra y piedra.
La tarde del 21 de mayo se presentó en la antesala del gobernador un hombre que decía venir de Jamaica, donde había estado dos semanas antes, y tener noticias de los ingleses, sus preparativos de guerra y sus intenciones de caer sobre la Habana. Se trataba de un tal Martín de Arana, viejo conocido por su actividad de contrabando entre Santiago de Cuba y Jamaica. Pero el gobernador Portocarrero, convencido la incompatibilidad existente entre un patriota y un contrabandista, no quiso recibirle, con lo que se perdió una preciosa ocasión para conocer el estado y posible situación del enemigo
La población de la Habana y su distrito eran unos 60.000 habitantes, y en el resto de la isla habría otros 60.000 habitantes. Las fuerzas con las que contaba el gobernador para la defensa de la capital eran de por sí escasas para enfrentarse a tan poderoso enemigo. La escuadra de surta en el puerto de la Habana estaba formada por 29 buques de guerra y nueve mercantes[06]:
Quince navíos de línea: Tigre, Asia, Vencedor, América, Infante, Soberano, Aquilón, Conquistador, San Genaro, Tridente, Castilla, Europa, Neptuno, Reina (en carena) y San Antonio (desarmado).
Cinco fragatas: Ventura, Venganza, Fénix, Águila y Flora.
Nueve buques menores: los paquebotes Tetis, Marte y San Lorenzo; el bergantín Cazador; la urca San Antonio; el jabeque San Francisco; y las goletas San Isidro, Regla y Luz.
Ocho buques mercantes: el navío San Zenón; las fragatas A>sunción, Santa Bárbara, Perla, Atocha, Santa Rosa y Constanza; y la balandra Florida.
Las fuerzas para la defensa apenas sumaban 7.000 hombres: unos 3.000 hombres de la guarnición, con jefes, oficiales y soldados, incluidos los enfermos; unos 1.200 marineros tripulantes de los buques de guerra anclados en el puerto; y unos 2.800 vecinos encuadrados en las milicias locales, a los que se repartieron fusiles, carabinas, sables y bayonetas. Entre ellos se encontraban los granaderos de los Regimientos de Infantería de España y Aragón, cuya mayor parte murió en el asalto final dado por los británicos al castillo del Morro; el Regimiento de Infantería de Edimburgo; y los Lanceros de Santiago de Cuba, que eran unos 150 jinetes, muchos desmontados, tropas voluntarias de campesinos, guajiros y morenos reclutados por el coronel don Carlos Caro en el interior de la isla, que se juntaron con los restos de las antiguas compañías de Caballos que mandaba el capitán graduado de teniente coronel don Luis Basabé; sin apenas instrucción, estaban dotadas de gran valor y moral alta, pues llegaron a caer sobre los británicos sable en mano y asaltar sus baterías flotantes. A ellos se sumaron muchos esclavos negros que se ofrecieron voluntarios y que fueron utilizados en los combates de la bahía y en trabajos de fortificación[07]
La situación de la Artillería también dejaba bastante que desear. En febrero de 1760 el gobernador Cagigal, dos meses antes de su relevo, informó al virrey de Méjico, don Joaquín Monserrat, marqués de Cruillas, sobre la necesidad de contar con al menos 595 cañones para la defensa de los castillos y fuertes de La Habana, de los que tan sólo contaba con 340, y de éstos 59 estaban inútiles, 42 desfogados y 132 en medio servicio, lo que restaba tan solo 107 utiles para ser empleados en combate. En concreto su petición fue de 255 cañones más. Ante su insistencia, el virrey envió tan solo 69 cañones. En el momento del ataque inglés, el inventario arrojó las cifras de 102 cañones de bronce, 249 cañones de hierro, 6 morteros de bronce y 1 mortero de hierro. Es decir, los británicos tenían una superioridad de 7 a 1 en piezas de Artillería. Para servir las piezas había tan solo había 171 artilleros encuadrados en dos compañías de 86 y 89 hombres cada una, insuficientes a todas luces para servir los cañones de la plaza[08].
Las defensas de La Habana eran débiles y de poca altura. Sus muros de cantería de dos metros de espesor, junto con el diseño de ángulos y parapetos, ofrecían una resistencia eficaz ante un asalto por desembarco, pero no ante un sitio en toda regla. A partir de 1761 el gobernador Prado Portocarrero inició unas obras de mejora en los baluartes y murallas existentes, así como en el cerro de La Cabaña, pero la falta de recursos materiales y humanos y las epidemias impidieron su total ejecución. Para hacer frente al ataque inglés, en 1762 La Habana contaba con tres fortificaciones importantes:
El castillo del Morro, comenzado a construir en 1589 tras el ataque del pirata Drake al este de la estrecha entrada a la bahía interior de La Habana; se levantaba imponente en una roca elevada semejante a un triángulo, y su artillería era de las más potentes de la plaza, con sus baterías de El Sol (12 cañones), Los Doce Apóstoles (12 cañones de a 36) y La Divina Pastora (14 cañones).
El castillo de La Punta, comenzado a construir también en 1589 al oeste de la entrada y frente al castillo del Morro tenía planta cuadrada y cuatro baluartes bien montados con piezas de Artillería.
El castillo de La Fuerza se había comenzado a construir en 1538 después del ataque pirata francés de aquel año con el nombre de Real Fuerza; se encontraba dentro del recinto amurallado de la ciudad y era la residencia del gobernador y el depósito de caudales; en 1762 tenía tres baterías de 23, 12 y 23 piezas respectivamente.
El cerro de la Cabaña era una altura situada al este de la bahía de La Habana, desde donde se dominaba gran parte del castillo de El Morro, ubicado en su mismo lado de la bahía, teniendo los de La Punta y La Fuerza situados enfrente, al otro lado de la entrada a la bahía. El anterior gobernador, Cagigal, recomendó encarecidamente la fortificación de la Cabaña, tareda que le fue encomentada a su sucesor, Portocarrero, quien comenzó las obras en el verano de 1761; en el momento del ataque británico los españoles tan solo tenían instalada en el cerro una batería de 9 cañones. La importancia del cerro de La Cabaña para la defensa de la plaza quedó evidenciado por el hecho de que la mayor parte del bombardeo británico se realizó desde allí, y que tras el ataque los españoles construyeron el castillo de San Carlos en este punto.
La construcción de la muralla de ciudad se solicitó en 1558, y su construcción fue iniciada, parada y reiniciada en numerosas ocasiones; en 1762 no estaba aún finalizada y contaba con once baluartes y parapetos en las cortinas; se terminó definitivamente en 1767, cinco años después del asalto británico, con una longitud de 1.700 metros. En el momento del ataque inglés tenía un foso derrumbado y casi cegado en varios lugares; un revellín situado delante defendía la puerta de la Tierra, que abría la ciudad por detrás. Entre los castillos de La Punta y La Fuerza y alrededor de la bahía se hallaban otros baluartes que completaban la defensa.
El ataque británico a La Habana puso en máxima alerta al virrey de Nueva España, don Joaquín Monserrat, marqués de Cruillas, quien tomó unas medidas defensivas que llevaron a la organización del primer ejército mejicano. Como los británicos amenazaban con desembarcar de un momento a otro en Veracruz, el marqués de Cruillas dispuso que fueran pertrechadas las fortalezas y que se hicieran obras de defensa tierra adentro. Se levantaron nuevas tropas que tras un periodo de organización y adiestramiento llegaron a ser muy efectivas. Entre ellas se hallaban dos compañías de granaderos negros y mulatos, a los que el pueblo llamaba "los morenos", para escoltar las mercancías el comercio de México. En este clima de defensa ante el inminente ataque enemigo, el comerciante Juan de Lasaga, encabezando a un grupo de hombres de negocios del puerto de Veracruz, formó otra compañía cuyos sueldos, equipo y armamento cubrían esos comerciantes. Surgieron batallones y regimientos provinciales en varias localidades de México: el batallón del Príncipe y de Nueva España, el de Valladolid, los de León, Puebla y Oaxaca, escuadrones de caballería y muchas milicias en las ciudades grandes. Las tropas estaban formadas por mestizos, negros y mulatos, pero los indios no entraban en el servicio militar.
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES:
Morón García, Juan José. La Artillería en el sitio de La Habana, 1762. MILITARIA, Revista de Cultura Militar, nº 10. Servicio de Publicaciones, UCM, Madrid, 1997. 8 páginas, 437 KB.
Guiteras, Pedro José. Historia de la isla de Cuba, tomo II. Segunda edición. Cultural S.A. Habana, 1929. 340 páginas, 9,8 MB.
Pezuela, Jacobo de la, coronel. Sitio y rendición de la Habana en 1762. Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra. Madrid, 1859. 92 páginas, 15,9 MB.
NOTAS:
[01] Números de "The London Gazette Extraordinary", conservados en Simancas, Guerra Moderna, legajo 6.951 (años 1759-61). Citado por Caballero, op. cit., pág. 296.
[02] Morón, op.cit.
[03] Guiteras, op.cit., pág. 137 y ss.
[04] Pezuela, op.cit., pág. 24 y ss. Si no decimos otra cosa, las noticias del ataque a la Habana las tomaremos de la obra de Pezuela.
[05] "Relación de la acción de la Escuadra de S.M.B. mandada por el Almirante don Jorge Pocotk, y operaciones del Exército mandado por el Excmo. Sr. Conde de Albermarle, Teniente Gral. y Comandante en Gefe de la Expedición hecha contra la Ciudad de la Havana, y disposiciones que ésta tomó para su defensa desde el 6 de Junio hasta su rendición en 12 de Agosto del Año de 1762". Servicio Histórico Militar, signatura 6.743, 4-1-1-7. Citado por Zapatero en op. cit., pág. 298.
[06] La cantidad y nombres de los buques se citan en la biografía de Gutierre de Hevia, marqués del Real Transporte, en el sitio web Todoavante.es.
[07] Guiteras, op.cit., pág. 152 y ss. y Pezuela, op. cit., pg. 19, nos dan noticias de las fuerzas existentes. Morón, op.cit. nos da la noticia de los ataque a las baterías flotantes.
[08] Archivo General de Indias, 2.113. "Informe del gobernador Caxigal al virrey de México". La Habana, 1760. Citado por Morón García en op. cit.