Carlos III desembarcó en Barcelona el 17 de octubre de 1759 para hacerse cargo de la corona de España. Inmediatamente proyectó una serie de reformas encaminadas a engrandecer la monarquía española y procurar el bienestar de su pueblo. Una cuestión prioritaria sería la reorganización del ejército, considerado el puntal de la política exterior, preocupándose especialmente de la renovación del armamento. Al comenzar su reinado, Francia e Inglaterra estaban enzarzadas en una cruenta guerra por la supremacía colonial en Norteamérica y la India denominada la guerra de los Siete Años. Declarada en 1756, España y Portugal se habían mantenido neutrales; de hecho, el rey Fernando VI estableció buenas relaciones con los británicos y no se unió a su aliado tradicional francés.
Carlos III, su hermano y sucesor en el trono, de carácter pacífico y contrario al expansionismo militar, estaba decidido a mantener la neutralidad y evitar las desgracias y altos costes de la guerra[01]. Pero ni el rey ni su mujer, María Amalia de Sajonia, podían desconocer que, a la sazón, Inglaterra era el más poderoso enemigo que tenía España, y que este enemigo habría de buscar todas las ocasiones posibles para destruir la importancia colonial española y detener el nuevo desarrollo de su marina y su comercio, logrado en los trece años del pacífico reinado del anterior rey, Fernando VI. La ambición inglesa era poseer el mayor imperio colonial del mundo, por lo que toda expansión de sus dominios y actividades en el Nuevo Mundo debía lograrse inexcusablemente a costa de España, cuyo debilitamiento buscaba[02].
A pesar de sus intenciones, Carlos III no pudo mantener su política de neutralidad por mucho tiempo. Movido a instancias de Francia y Austria, el rey Carlos III trató de mediar ante Inglaterra y desempeñar un papel arbitral entre los contendientes, pero tuvo que renunciar ante la manera arrogante en que el gobierno inglés rechazó la mediación española. Francia estaba siendo desbordaba por los ingleses; parecía que iba a doblegarse a su rival y aceptar una paz desastrosa en todos los órdenes. Carlos III no podía quedarse inactivo, pues la pasividad era muy peligrosa en aquellas circunstancias. Al rey español le pareció que el hundimiento del imperio colonial francés en beneficio de Inglaterra sería el preludio de la acometida británica al imperio español, por lo que creyó que había que hacer todo lo posible para lograr que Francia continuase la lucha. De esa manera, España comenzó a preparar el despliegue militar y a ampliar sus relaciones diplomáticas para estar prevenido.
El rey Carlos III tenía sus motivos para hacer la guerra a Inglaterra, pues ésta seguía manteniendo su política de agresiones contra España. La lista de agravios era larga:
Los británicos se habían adueñado de un pequeño territorio en Río Tinto que no pensaban desalojar de buen grado;
seguían realizando agresiones y actos de contrabando en América, introduciendo mercancías prohibidas que tenían almacenadas en Jamaica;
negaban constantemente las demandas de Carlos III para que se permitiese el acceso de los barcos españoles a la pesca en el banco de Terranova, añadiendo que jamás cederían en este asunto, prefiriendo ceder antes la Torre de Londres a los españoles;
trataban de muy mala manera a los españoles que se dedicaban al comercio en las islas británicas;
los filibusteros ingleses se habían establecido en la bahía de Campeche (Honduras), creando allí establecimientos sin permiso para cortar palo para teñir;
los buques británicos atropellaban sin motivo a los buques españoles;
por último, estaban los agravios de tipo personal que tenía Carlos III de la época de la guerra de Italia, en vida de su padre Felipe V.
De esta manera se llegó al Tercer Pacto de Familia. La iniciativa de la alianza la inició Francia a comienzos de 1761. El negociador español fue Jerónimo de Grimaldi, un genovés al servicio de España nombrado embajador ante Versalles; el negociador francés fue el ministro Choiseul. El espíritu que presidió las negociaciones españolas fue la intención de Carlos III de no dejarse involucrar en la guerra presente pero que se le dejase tomar parte en las negociaciones de paz y sacar ventajas de ello. No obstante, también planeaba su intención de declarar la guerra a Inglaterra el año siguiente si no obtenía satisfacción de los agravios ya expuestos. Los franceses, cansados de la guerra, mantenían en secreto conversaciones de paz con los británicos y les informaron que se hacían solidarios de las reclamaciones españoles. Los británicos se negaron a vincular las reclamaciones españolas en sus negociaciones con los franceses y pidieron explicaciones por los armamentos marítimos de España. Por su parte, el ministro Choiseul exigió a España la promesa de una ayuda inmediata y a retirar a Portugal de la órbita inglesa, pretensiones a las que Grimaldi no tuvo más remedio que acceder.
Finalmente, España y Francia establecieron dos tratados:
El primero fue un tratado de amistad y de unión, basado en el principio de que "quien ataca a una corona ataca a la otra". Era un Pacto de Familia que garantizaba los estados de los Borbones de Francia, España, Nápoles y Parma. Declaraba enemigo común a la potencia que estuviese en guerra con Francia o con España; consignaba las fuerzas de mar y tierra que cada uno de los dos signatarios había de proporcionar al otro cuando lo reclamase, y daba consideración de súbditos de ambas coronas a los españoles y franceses, de manera que no hubiese ley de extranjería entre ellos. Este nuevo Pacto de Familia se firmó el 15 de agosto de 1761.
El segundo tratado, "de alianza ofensiva y defensiva", era una convención secreta que sufrió algunas modificaciones el 4 de febrero de 1762, y que se estableció de cara a la guerra en curso contra Inglaterra. Estipulaba la unión de todas las fuerzas de las dos coronas y el acuerdo para las operaciones militares y para la paz. Estipulaba que Francia entregaría Menorca a España a cambio de la cesión a Francia de los derechos sobre la Dominica, San Vicente, Santa Lucía y Tabago. También estipulaba la intimación al rey de Portugal para que cerrase todos sus puertos a los ingleses y la prohibición de entraba de productos enemigos en Francia y España.
En definitiva, con la firma de estos tratados España reanudaba su estrecha alianza con Francia iniciada por Felipe V en 1733. En aquella ocasión España se sumó a la guerra de Francia contra Austria y recuperó los territorios del norte de Lombardía, Parma, Toscana, Nápoles y Sicilia, perdidos tras el tratado de Utrech veinte años atrás. Pero no se incorporaron como territorios españoles. Las potencias europeas, temerosas del resurgimiento del poderío español en Italia, obligaron a Felipe V a ceder el territorio ganado en Lombardía y los ducados de Parma y Toscana a cambio de convertir a su hijo Carlos en monarca del independiente de las Dos Sicilias. Felipe V, frustrado por la devolución de los ducados, buscó de nuevo la alianza con Francia para un nuevo enfrentamiento con los austriacos; el nuevo tratado se firmó en octubre 1743 y tras la guerra Felipe V recuperó el ducado de Parma.
Visto el cariz que iban tomando los acontecimientos, los británicos fueron quienes rompieron las hostilidades y declararon la guerra a España el 2 de enero de 1762. España contestó de igual modo el 16 de enero. Las operaciones de realizaron en territorio portugués, americano y filipino. Durante este periodo final de la guerra de los Siete Años, se puso de manifiesto la fortaleza de los británicos, que fueron capaces de terminar de vencer a los franceses y dominar a los españoles en prácticamente todos los frentes. España inició su enfrentamiento con Gran Bretaña en las peores condiciones posibles, pues el ejército y la marina no se hallaban suficientemente preparados, a pesar del enorme esfuerzo modernizador realizado por la monarquía en los últimos años, y cuando Francia estaba siendo ampliamente derrotada en todos los escenarios bélicos.
NOTAS: