LA PRIMERA CAMPAÑA DE TÚNEZ

(De enero a septiembre de 1510)

La conquista de las ciudades de Bugía y Trípoli por Pedro Navarro, y el desastre sufrido por don García Álvarez de Toledo en la isla de Gelves (Djerba).





La ciudad de Bugía era un importante puerto comercial, situada en un terreno áspero al pie de una montaña, a unos 150 kilómetros al este de Argel, donde aragoneses e italianos tenían ciertos privilegios comerciales en la ciudad. Su gobernador dependía del califato hafsí de Ifriqiya, en el actual oriente de Argelia y Túnez, si bien actuaba en la práctica como un emirato independendiente, con intermitentes problemas con el vecino reino de Tremecén. Desde el siglo anterior (s. XV), Bugía se había inclinado a favor de los turcos otomanos y les había ofrecido su puerto para atacar las costas españolas, planteándose incluso la ocupación del reino nazarí de Granada. Cuando este reino cayó en manos de los Reyes Católicos, unos 1.300 andalusíes, a cuyo frente se encontraba Abel Comisa, emigraron a Bugía. A la muerte del rey Abdulazid, su hijo Muley Abdallah y su hermano Abderramán se disputaron el poder, siendo este último quien se hizo finalmente con el control de la ciudad.



Situación de Mazalquivir, Orán, Argel y Bugía, en un mapa de la Dirección de Hidrografía español de 1859. (Fuente: Biblioteca Virtual de Defensa, Ref. MN-A-10016-15. Ver la versión PDF).

Con un gran sentido de la oportunidad, Pedro Navarro quiso explotar el éxito de la conquista de Orán en mayo de 1509 para seguir atacando la costa norteafricana. A pesar de las reticencias del cardenal Cisneros, aún dolido por el trato recibido durante la empresa de Orán, Pedro Navarro obtuvo el apoyo del rey Fernando el Católico, quien le autorizó a encabezar una expedición contra la ciudad de Bujía. En aquellos momentos los estados italianos, el papa e Inglaterra estaban considerando hacer una nueva expedición para reconquistar Tierra Santa, y el rey Católico acariciaba la idea de unirse a ella. No obstante, el proyecto se abandonó debido a la complicada situación que habia en Italia, que desembocaría en una nueva guerra contra Francia. Por ello, fruto de los preparativos realizados por Fernando el Católico para unirse a la cruzada, a finales de 1509 pudieron reunirse para la empresa de Bugía veinte naves y unos 4.000 hombres en las islas de Ibiza y Formentera.

El 1 de enero de 1510, Pedro Navarro se hizo a la mar con la flota rumbo a Mazalquivir, donde hizo una pequeña escala. La flota prosiguió la navegación hacia el Este y el 5 de enero se presentó de forma inesperada ante la ciudad de Bujía. Al llegar, los españoles trataron de desembarcar, pero se levantó un viento que impidió la llegada de las naves a la costa; solo tres buques fueron capaces de hacer desembarcar a sus tropas.



Vista del puerto de Bugía, de Jan Vermeyes, de 1551. (Fuente: Biblioteca Nacional de Francia, Wikipedia.

El emir Abderramán, cogido por sorpresa, envió sus soldados a cubrir las murallas y a disparar su artillería contra las naves españolas, sin conseguir efecto alguno. Tras dos horas y media de luchar contra el viento, las naves españolas iniciaron el desembarco de los soldados, quienes derrotaron con facilidad a las tropas que el emir envió a la playa. Completado el desembarco, los españoles se dividieron en dos grupos. El primer grupo se dirigió hacia las murallas de la ciudad y colocaron escalas sin ser prácticamente molestados por los defensores, quienes huyeron por el lado opuesto de la ciudad junto con parte de los habitantes, permitiendo con ello la entrada de los españoles. El segundo grupo se dirigió al monte Goraya, situado al noroeste, entre la ciudad y la costa, donde el emir había desplegado sus fuerzas. Al llegar los españoles, los combatientes del emir se negaron a combatir y huyeron del campo, obligando a Abderramán a hacer lo mismo. La tarde del 6 de enero se consumó la victoria de los españoles, quienes obtuvieron un grandioso e inesperado botín y liberaron a los cristianos cautivos en los calabozos de la ciudad.

Pedro Navarro colocó a Muley Abdalah como nuevo gobernante de la ciudad, y nombró teniente de la misma al capitán don Gonzalo Mariño, quien en 1506 había ocupado la villa fortificada de Cazalla, vecina de Melilla. El derrocado emir Abderramán se hizo fuerte en los montes que rodeaban Bugía y desde ellos siguió atacando la ciudad con la esperanza de reconquistarla, obligando a los españoles a estar en un constante estado de alarma. Pero ello no mermó su ánimo combativo, de forma que Bugía se mantuvo en manos españolas durante 45 años, hasta que en 1555 cayó definitivamente en manos de los turcos otomanos. En su caida influyó la incapacidad de los españoles de acabar con Abderramán y la rebeldía bereber, que impidió la repoblación de la zona con cristianos venidos desde la península, como era el plan original del rey católico.

En 1512 y 1514 los moros atacaron la ciudad, siendo derrotados por el nuevo gobernador español de la ciudad, Antonio de Rabaneda. En 1551 el rey aprobó unas Ordenanzas Militares para la guarnición española de Bugía.



El éxito de la toma de Bugía supuso que los gobernadores moros de Argel, Túnez y Trémecen se sometieran al vasajalle al rey de España y liberaran todos los cristianos cautivos que tenían en su poder. En el caso de Argel, su gobernador, Selim ibn Teumi, viajó a España para jurar obediencia y lealtad al rey católico, a quien cedió unos islotes situados frente a la ciudad, donde Pedro Navarro construyó una fortaleza a la que llamó Peñón de Argel e instaló en ella una guarnición de 200 hombres, cuya presencia se mantuvo durante diecinueve años.

A la muerte de Fernando el Católico en 1516, el gobernador Selim ibn Teumi llamó a los hermanos Barbarroja, corsarios turcos, para que expulsaran a los españoles. Aruj Barbarroja llegó frente a la ciudad al mando de un cuerpo de turcos otomanos. Allí ordenó el asesinato del gobernador Selim y se apoderó de la ciudad; pero la fortaleza del Peñón resistió el posterior ataque otomano. La guarnición española, aislada por el lado de tierra, tuvo que ser abastecida por mar.

Ese mismo año, una expedición al mando de Diego de Vera llegó para socorrer la guarnición del Peñón y trató sin éxito de conquistar la ciudad de Argel. Tres años más tarde, en 1519, Hugo de Moncada, al mando de otra expedición, fracasó en un nuevo intento de conquistar la ciudad. Finalmente, en 1529, Jaireddín Barbarroja consiguió conquistar el peñón y expulsar definitivamente a los españoles.



Tras dejar el Peñón de Argel fortificado y guarnecido, Pedro Navarro recibió el refuerzo de las galeras de Nápoles y Sicilia. Al mando de unos 14.000 soldados zarpó embarcó en Bujía rumbo a la isla de Favignana, en la costa occidental de Sicilia, donde finalizó de aprovisionarse y reunió una flota de 150 naves, entre ellas 50 naos de gavia, 11 galeras, la escuadra de Sicilia, los navíos de Cantabria, las galeras de Mosén Soler, dos naos de Diego de Valencia, y el galeón de Diego de Medina. La flota zarpó el 15 de julio y llegó frente a Trípoli el 25 de julio. Trípoli era una ciudad rica, situada en un llano arenoso junto al mar. Estaba defendida por unos 14.000 soldados, tantos como los atacantes, y rodeada de una muralla de torres, baluartes y un foso. La ciudad estaba avisada de la llegada de los españoles gracias a confidencias que les hicieron unos venecianos y a los preparativos que veían que se hacían en Bugía.



Situación de Bugía, Túnez, la isla de Gelves y Trípoli, en un mapa francés de 1850. (Fuente: Biblioteca Virtual de Defensa, Ref. Ar.L-T.1-C.1-15 Ver la versión PDF).

Pedro Navarro se dirigió hacia la entrada del puerto bajo el fuego de la artillería enemiga; sus naos respondieron al fuego y lograron desmontar casi todas la piezas de los defensores. A continuación se inició el desembarco de las tropas, protegido por el fuego de los cañones de proa de las galeras. A las 09:00 horas los escuadrones estaban formados y Pedro navarro ordenó el avance. Eran 11.000 hombres, pues había dejado 3.000 más en reserva. Tras fracasar en varios lugares, las tropas entraron en la ciudad después de tomar la puerta de la Victoria, cerca de la Alcazaba, y se desparramaron por su interior, peleando en calles y plazas durante todo el día, sin que los españoles parecieran capaces de tomar la ciudad, tan enconada era la defensa que hacían de ella los musulmanes.

Uno de los que se distinguió fue Juan de Isasti, natural de Rentería, quien asaltó tres torres con las naves a su cargo, recibiendo por su arrojo un escudo de armas con tres torres y tres banderas, por las ganadas al enemigo.

Los españoles avanzaban con dificultad, palmo a palmo. Al llegar la noche, lograron entrar en la mezquita y acuchillaron a todos los presentes. Sus gritos hicieron efecto en los defensores de la alcazaba, que decidieron rendirse.

Sin contar los heridos, los españoles sufrieron 300 muertos, entre los que se encontró el almirante Cristóbal López de Arriarán, natural de Ichaso, quien murió en el asalto después de cañonear la ciudad y desembarcar con sus hombres. Las bajas norteafricanas excedieron los 5.000 hombres muertos. Fueron hechos numerosos prisioneros, incluido el gobernador de la ciudad y su familia.



Mapa que muestra la situación la rada de la ciudad de Trípoli en 1785. (Fuente: Biblioteca Virtual de Defensa, Ref. Ar.L-T.1-C.1-10(bis).

Tras la toma de la ciudad se liberaron 170 cautivos cristianos, la mayoría sicilianos. El botín obtenido fue inmenso, incluyendo las naves amarradas en el puerto y varias naves turcas que navegaban hacia Trípoli ignorantes de lo ocurrido y que los españoles capturaron días despues.

La conquista de Trípoli fue muy celebrada, ya se le tenía por una fortaliza inexpugnable; en Roma se la aplaudió grandemente, en Sicilia se acuñó una medalla conmemorativa, y las Cortes de Aragón aprobaron espontáneamente un nuevo presupuesto para proseguir la guerra en el norte de África.

España ocupó Trípoli durante veinte años. En 1530 el emperador Carlos V, rey de España como Carlos I, entregó la ciudad de Trípoli junto a las islas de Malta, Gozo y Comino, a la orden de los caballeros de San Juan de Jerusalén, como compensación de la pérdida de la isla de Rodas el 22 de diciembre de 1522. Los caballeros retuvieron la ciudad en su poder veintiún años. Finalmente, Trípoli fue recuperada por el turco Turgut Reis el 15 de agosto de 1551.



Ante los inesperados éxitos de Pedro Navarro, el rey don Fernando el Católico quiso continuar la campaña para conquistar tierra adentro y asegurar las conquista hechas en la costa. Para ello envío a don García de Álvarez de Toledo y Zúñiga, primogénito del II duque de Alba, III marqués de Coria, sobrino-primo del rey y padre del "gran duque de Alba", con un refuerzo de 7.000 hombres y 15 naos procedente de Málaga para ponerse al mando de las tropas españolas, y con una orden para que Pedro Navarro pasara a ser su segundo. Una vez reunidas las fuerzas, que sumaban unos 16.000 hombres sin contar la marinería, decidieron atacar la isla de Gelves (Djerba), tras un reconocimiento que hicieron ocho galeras enviadas por Pedro Navarro mientras esperaba la llegada de don García.

La isla de Gelves es de unos 40 kilómetros de largo por 26 de anchura, rasa, arenosa y muy cercana a tierra firme, abundante en palmeras y olivares. Estaba escasamente poblada, como también eran escasos los pozos de agua existentes en ella. Para su defensa, Roger de Lauria, almirante de Aragón, había construido un castillo cuando dominó la isla en 1284. Allí se refugiaban los piratas berberiscos en sus correrías por las costas italianas de Sicilia, Nápoles y Cerdeña.

Al amanecer del 29 de agosto de 1510 los españoles llegaron a las costas de la isla. Debido a los arrecifes, las naos fondearon y desembarcaron la tropa en barcas de remos sin ninguna oposición, bajo un sol abrasador, puesto que el gobernador de la isla se había retirado al interior con sus 2.000 soldados y 120 jinetes. El ejército, formado en siete escuadrones, se puso en movimiento sobre las 10:30 horas de la mañana; avanzaban en una tierra calcinada y movediza, llevando la artillería en el centro, formada por dos cañones, dos sacres y dos falconetes. A falta de bestias de carga, los hombres llevaban a mano las piezas, las pelotas de munición y los barriles de pólvora. Don García iba en vanguardia del ejército, que se dirigía al castillo de la isla. El ardor del sol, la sed, el peso de las armas y el cansancio agotaban las fuerzas de los soldados españoles. Al llegar a la vista de unos pozos de agua los soldados de las primeras filas se desbandaron para saciar su sed. Los oficiales trataron en vano de impedir el desorden y la confusión.



Situación de la isla de Gelves junto a la costa tunecina. Mapa francés de 1850. (Fuente: Biblioteca Virtual de Defensa, Ref. Ar.L-T.1-C.1-15.

Los moros aprovecharon ese momento para atacar con sus tropas, degollando sin piedad y realizando una terrible mortandad entre los soldados españoles, a los que aterraban además con su infernal griterío. Don García de Toledo trató en vano de impedir el desorder con otros quince jinetes que iban a a caballo como él. Don García echó pie a tierra, tomó una pica de las que había abandonadas en el suelo y se enfrentó al enemigo. Con su ejemplo enardeció a unos pocos que le siguieron, logrando contener a los moros un tiempo. Pero don García fue herido enseiguida, siendo de los primeros en morir en el combate. El pánico se apoderó de los españoles sin que sus capitanes pudieran contenerles; muchos tiraban las armas para huir más veloces; otros muchos fueron degollados. Al llegar al mar vieron que las embarcaciones a remo que les habían traído a tierra se habían retirado; muchos soldados se arrojan al mar para seguirlas a nado, resultandos ahogados bastantes de ellos. Casi toda la fuerza que había desembarcado, que era la mitad de la que constituía la expedición, pereció. La derrota fue espantosa, y no fue mayor porque los moros no se atrevieron a salir del olivar donde se refugiaban al llegar la oscuridad. En Gelves murieron Don García Álvarez de Toledo, sesenta capitanes o caballeros principales y unos 4.000 hombres.

Tan grande fue el espanto y terror de los supervivientes que Pedro Navarro juzgó oportuno renunciar a la empresa; a duras penas consiguió embarcar en las naves españolas a los supervivientes y se alejó de la isla con la escuadra. Los elementos se encargaron de completar la derrota, pues el 31 de agosto una fuerte tempestad con viento del norte dispersó las naves españolas: dos carabelas y un galeón encallaron y sus tripulantes se ahogaron; algunas naves se perdieron y otras fueron de arribada forzosa a las costas de Sicilia.

Calmada la tempestad, el martes 3 de septiembre la flota se reunió; las galeras regresaron a Nápoles y las naos se dirigieron a Trípoli. Otra tormenta los volvió a dispersar, llegado algunas naves a Cerdeña, Malta, Sicilia y Cataluña. Por fin los restos de la expedición llegaron a Trípoli para refugiarse en ella. Una vez repuestas sus fuerzas, despedidos 3.000 hombres de los menos útiles y reformadas las compañías, el 4 de octubre Pedro Navarro zarpó con 8.000 hombres y 60 naves con rumbo norte, pero otra nueva tormenta se cebó en ellos y tuvieron que regresar a Trípoli. Finalmente, 5.000 hombres y 30 naves salieron de Trípoli para pasar el invierno en Lampedusa, abastecidos desde Sicilia. Una vez allí, Pedro Navarro envió a Jerónimo Vianelo con su coronelía de 400 hombres a la cercana isla de los Quérquenes, frente a la costa tunecina en la actual Sfax, para renovar el agua potable. Pero gracias a la traición de uno de los soldados que, al parecer estaba disgustado por el trato recibido por Vianelo, los moros les atacaron antes del amanecer del 25 de febrero de 1511 y perecieron casi todos los hombres, incluido el propio Vianelo.

Finalmente, en 1511 Pedro Navarro regresó a Favignana, donde se disolvió la flota y se dio por finalizada la campaña norteafricana. Ese mismo año la atención del rey católico se volvió hacia la Lombardía, dando lugar a la tercera campaña de Italia de los ejércitos españoles.

El desastre sufrido en la isla de Gelves fue de tales proporciones que se enfriaron todos los entusiasmos que provocaron los éxitos españoles desde la conquista de Orán.

Los habitantes de la región de Bujía se levantaron contra el gobernador Mariño, lo que obligó a organizar una expedición al mando de Ramón Carroz para someter a los rebeldes. Cinco años más tarde, en 1515, Ramón Carroz protagonizó la defensa de Bujía ante el ataque del pirata turco Arux Barbarroja que, reforzado con una muchedumbre de moros de la región, sitió la ciudad. Miguel de Guerrea llegó a tiempo con refuerzos para impedir su caída y obligar a levantar el sitio. En esta defensa se destacó Machín de Rentería, que hizo una salida en la que puso en fuga a los moros y de la que se salvó por poco el pirata turco.

Los gobernadores musulmanes de Argel, Túnez y Tremecén se desligaron de los compromisos contraídos con España y se rebelaron contra el vasallaje al que estaban obligados, de forma que llegaron a sitiar la guarnición española de Trípoli, que estaba al mando de don Diego de Vera tras el regreso a España de Pedro Navarro. Los españoles reaccionaron tan violentamente que los agresores se vieron obligados a levantar el sitio y los gobernadores de Argel, Túnez y Trémecen volvieron a la obediencia a España.



  • Servicio Histórico Militar. Dos expediciones españolas contra Argel. Madrid, 1946. Página 13.
  • Academia de Infantería. Historia Militar. Segundo Curso. Guadalajara, 1945. Páginas 257-258.
  • La conquista de Bugía en Wikipedia.
  • Fernández Duro, Cesareo. Estudios históricos del reinado de Felipe II. El desastre de los Gelves (1560-61). Colección de escritores castellanos, volumen 88. Imprenta y fundición de M. Tello, impresor de cámara de S.M. Madrid, 1890. Pág. 1-4.